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Revista Digital de El Quinto Hombre
LOS ROSTROS HUMANOS - Nota II
Investigación de CAEFA - Argentina
Hasta aquí se han considerado
los rasgos en su totalidad, así como la expresión que forman en su conjunto;
no obstante, cada rasgo posee su propia expresión, aunque esta no se suele
advertir por su dificultad en ser distinguida en conjunto. De todos modos,
existen varios medios para efectuar la distinción. Si, por ejemplo, tenemos
dos individuos que son muy parecidos, solo se distinguen en un rasgo sobresaliente,
pues la diferencia que los distingue en lo físico, en lo moral será la
expresión de ese rasgo.
Las familias son idóneas
para hacer este tipo de observaciones.
Aunque en un numeroso grupo
de hombres apreciemos alguna diferencia en su conformación física, debemos
tener en cuenta que tales hombres poseen siempre un rasgo común sobresaliente,
estando la índole de su carácter relacionada con tal rasgo. Sucede aveces
que existe un rasgo principal que parece constituir la característica
definitiva. Al comparar las diferentes razas, los antropólogos han observado
que la diferencia mas destacada que los distingue consiste en que sea
más o menos agudo el ángulo facial; en el europeo, este ángulo se presenta
casi vertical. En el asiático, inclinado y en el africano, mucho más oblicuo.
La opinión de un gran número de observadores se apoya en la primera impresión,
por lo general, lejos de un criterio didáctico. Flourens declara que las
familias humanas se hallan marcadas por diferencias tan radicales y tan
esenciales, que no se pueden negar a la identidad de su origen.
Lo que también han observado
los naturalistas a pesar de algunas excepciones, es que los animales cuya
organización se aproxima a la humana tienen una inteligencia mucho más
limitada y su ángulo facial es considerablemente más agudo. Con todos
estos medios de observación se puede llegar a aclarar la expresión particular
de los rasgos, a pesar de que adquirir este conocimiento es una tarea
muy difícil y que exige mucho tiempo, mientras que la expresión general
se reconoce, hasta cierto punto, con una ligera mirada.
En los rasgos del hombre
hallamos elementos que nos brindan preciosos datos sobre la expresión,
relacionada con la inteligencia; los rasgos del hombre no son frutos del
azar, sino un significativo conjunto. Esta verdad ha sido comprobada por
lo artistas y por quienes han cultivado el dibujo. De este modo, en las
obras de los grandes maestros hallamos el sello que han sabido comunicarles,
independientemente de la belleza, de las proporciones y del movimiento.
El principio de los antiguos
escultores era evitar en lo posible la expresión que nace del movimiento,
haciendo un profundo estudio del resultado de la configuración de los
rasgos, para darnos una forma exacta de las variedades características
de sus divinidades. El artista ha calculado sus efectos, y los hombres
los juzgan guiándose por sus sentimientos, que son resultado de extrañas
y complicadas causas y jamas sometidos a análisis. Se suele elaborar juicios
basados en el aspecto exterior de las personas, aunque estos se forman
con demasiada rapidez y son, más bien, fruto de los instintos. Son bien
diversas las expresiones que hallamos. Las alteraciones que se nos presentan
en los rasgos, ya sean voluntarias o involuntarias, permiten que podamos
conocer el estado de nuestro espíritu. Aunque podamos decir que la involuntaria
expresión de los rasgos siempre se halla de acuerdo con la verdad. Sin
embargo, por la existencia de estas disposiciones o facultades, no debemos
concluir que el hombre halla adquirido sus talentos, o que se halla servido
de las pasiones para las que parecía haber sido formado. Biot nos dice:
"Las relaciones del elemento fisiológico con las con las del orden moral
son una naturaleza que, si la voluntad no interviene, si por ejemplo,
el tipo colérico se deja arrastrar por su tendencia, su estado de animo
irá empeorando, perdiendo de este modo gradualmente la paciencia, por
que su voluntad se debilitará cada ves más y, al contrario, si su organismo
mejora, también lo hará su voluntad, resultando así más fáciles sus esfuerzos.
Por consiguiente, lejos de tener por irresponsables a los coléricos, a
los voluptuosos y a los glotones (por el único hecho de que su cuerpo
participa de tal tendencia y temperamento), debemos considerarlos personas
responsables. Esta responsabilidad se refiere al todo integral, de lo
que se deduce que la persona en cuestión le parece querer curarse".
La expresión de las pasiones
resulta de los movimientos de los rasgos. Puede obtenerse un resultado
de estas observaciones con cierta facilidad, aunque poniendo atención.
Todos los que se dedican a las artes de la imitación tienen en cuenta
esta regla.
Daremos un resumen de cada
una de ellas, dando a cada una detalle de la cara las significaciones
más exactas. Sucede con frecuencia que, entre los mismos observadores
y autores, hallamos apreciaciones diferentes, y hasta contradicciones
absolutas.
Los tipos geométricos.
El gran y celebre fisiognomista
Eugenio Ledos es el autor de este sistema maravilloso, en el cual nos
presenta el misterio de la Creación como un libro en el que Dios ha escrito
sus pensamientos. Ledos poseía gran intuición y, basándose en la fisonomía
de las personas, podía descubrir su carácter, su destino y llego hasta
el extremo de poder anunciarles, con precisión incluso, la persona con
la cual se uniría en matrimonio. Escribió un importante tratado de Fisiognomía
humana en 1894, que completo en 1915 en París, del que tomamos este sistema.
Lo que Ledos pretende es
dar a conocer las cinco letras del alfabeto de la Creación. Ve al hombre
encerrado en su propio egoísmo, ciego, y sordo ante este libro. Más aún,
acusa a Dios de dejarnos en las tinieblas, y sobre todo, le reprocha su
silencio. Nos presenta al hombre comparado con la Naturaleza, semejante
a un niño pequeño que mirase la biblioteca de su padre, sacara todos los
libros y ojeara solo las ilustraciones de estos, para su mentalidad infantil,
serian puras cuyo significado desconocería; si por ejemplo, se pusiese
a contemplar la imagen representativa de la caja de Pandora, el niño vería
únicamente la mujer y el cofre, ignorando que la ilustración representa
la decisión del destino del mundo, la terrible caída de la Humanidad,
la introducción del mal en la tierra y la esperanza que permite entrever
la futura reconciliación entre Dios y los hombres. Así, de esta misma
forma, obra el hombre durante su vida en el mundo, como este niño. No
sabe leer el libro, halla a cada paso infinidad de formas y colores, sin
sospechar siquiera que en cada uno de ellos hay escondida una verdad,
una palabra de Dios, un pensamiento. Eugenio Ledos, que si supo leer,
quiere enseñarnos a conocer las cinco letras, demostrándonos que las figuras
halladas en el gran libro de la Creación, la elipse, el cono, el cuadrado,
el triángulo y el círculo, no son solamente formas geométricas, sino que,
ante todo, hay un circulo y una elipse moral, un triángulo y un cuadrado
intelectual, cuyas representaciones gráficas se reducen al signo, y nos
enseña que estas diversas formas, sise aplican a la figura humana, encierran
en si conclusiones inesperadas. De estas conclusiones nace el sistema
geométrico cuyo empleo es de gran utilidad para la conducta ante la vida.
Nos indica con seguridad las tendencias de su naturaleza individual, procurándonos
los medios para estudiarnos y conocernos a nosotros mismos y a los demás,
poniéndonos en guardia por nuestros íntimos conocimientos contra las propias
debilidades, a fin de evitar los errores y las inclinaciones personales.
Si se aplica a los otros, nos hace distinguir al hombre virtuoso del vicioso;
al amigo que es sincero y al traidor, que se esconde bajo una máscara
para poder engañar mejor; nos descubre al bribón que esconde su jugo,
con apariencias falsas; al hipócrita, que oculta su alma negra bajo el
manto venerable de la religión.
CONTINUA Nota
III
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