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Revista Digital de El Quinto Hombre
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EL VALOR DEL PERDON
ENTREVISTA A JEAN PIERRE SCHÜMACHER,
EL ÚLTIMO DE TIBHIRINE
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Por Koldo Aldai, columnista de la revista española “MAS ALLA”
Equipo de Portal Dorado
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El monje francés comparte su testimonio de esperanza y
perdón tras haber perdido a todos sus hermanos.
Ahora va a hacer un año que llamé a las puertas de ese monasterio de Midelt a pie de los Atlas... Fraterna acogida, devoción y compromiso interreligioso en medio de un barro, de unas formas antiguas. La liturgia de otro tiempo escondía una fe muy viva.
Publiqué ya los diversos trabajos y entrevistas en Portal Dorado, pero faltaba este reportaje. Es la entrevista al hermano Jean Pierre Schümacher, el último superviviente de Thibirine (Película de "De dioses y hombres"). No fui buscando el reportaje, pero su testimonio ejemplar se cruzó en el camino y en la mochila siempre hay un cuaderno. La revista "Más Allá" tenía la exclusiva. Lo han publicado en Agosto y ahora nos brindan la posibilidad de difundirlo. Vds. lo disfruten... ¡Que la generosa ofrenda de vida de estos hermanos trapenses, que el sacrificio de quienes se entregaron por entero a la concordia de los pueblos y de las almas, no haya sido en balde...!
Llevaron compromiso humano y acercamiento al credo de la media luna hasta las más últimas consecuencias. La noche del 26 de Marzo de 1996 veinte militantes del Grupo Islámico Armado (GIA) ingresaron en el monasterio Nuestra Señora de Atlas, en Tibhirine y secuestraron a siete de sus monjes.
Dos meses después, el 21 de Mayo, fueron decapitados. Una película, “De Dioses y hombres”, sembró por todo el planeta su ejemplo. La matanza de los siete hermanos franceses de este monasterio, al sur de Argelia, fue la culminación de un proceso de amenazas e intimidaciones. Las visitas amenazantes venían tiempo sucediéndose. Los hombres armados del GIA, habían irrumpido ya varias veces en el recinto sagrado.
Los hermanos llevaban desde el año 1993 preparándose para lo más duro, más de tres años facultándose para poder asumir un día el más exigente de los perdones: aquél que les otorgaron incluso a los que les privarían de su propia vida. El martirio, ya no por la causa de una fe, sino por el encuentro entre las fes, fue libremente asumido, su sacrificio largamente meditado.
El celuloide les ha hecho “famosos”, pero es en realidad la fuerza de su perdón, el poder de su compasión lo que ha popularizado su testimonio. “De Dioses y hombres” ha consagrado esa popularidad, pues no en vano esa historia ya era gigante. Una película fue bien hecha, pregonada y difundida, pero es que en realidad había una trama real de una fuerza desbordante.
Sólo queda un sobreviviente de “Tibhirine, un anciano entrañable sumergido en sus rezos diarios en un monasterio a los pies del Atlas marroquí. Vamos tras las pistas de ese único testigo vivo de aquella matanza que sacudió no sólo a la cristiandad, sino a las personas de buena voluntad del mundo entero.
No era cuestión de llegar al monasterio y sacar la “artillería” de máquinas de fotos y grabadora. Demasiada la fuerza del testimonio como para pretender hacerme con él, tras una hora de entrevista. Había que empaparse primero de aquel ambiente monacal, sumarse a sus ritmos, dejarse calar por esa vida retirada, dejarse sacudir por los mismos y abrasadores vientos…, antes de escribir palabra. El periodismo express no se ajusta a estos territorios conquistados por almas en paz. Por lo demás el hermano Jean Pierre podía estar más que saturado de contar tantas veces la misma historia a periodistas y escritores.
Me aposenté por lo tanto durante casi cinco días en ese remanso que constituye el Monasterio de Notre dame de l’Atlas en un extremo de la ciudad de Midelt (50.000 habitantes) al noroeste de Marruecos. Compartí con ellos oración y bocadillo de sardinas, té dulce y gozo de vida sosegada. Sólo al cabo de ese tiempo me tomé la libertad de alargar magnetófono. Indagué no sólo por los acontecimientos que precedieron al heroico martirio de Tibhirine, sino sobre todo por el itinerario de esos siete hombres hasta un perdón con mayúsculas. Me interesaba el camino empinado, donde los haya, de esos monjes hasta considerar a sus propios homicidas, “los amigos del último instante”.
Envejecer en Tibhirine
El hermano Jean Pierre Schümacher salvó su vida por puro milagro. Los terroristas no fueron a buscarle a la portería en la que se hallaba cuando irrumpieron en el monasterio para secuestrar a los monjes. También se salvó otro anciano hermano, escondido debajo de una cama, pero éste ya murió.
Nuestro interlocutor siempre creyó que Tibhirine era su lugar para toda la vida. No en vano pasó en el monasterio argelino treinta y dos años de su vida. La violencia le ha apartado de aquel lugar querido y se ha llevado la vida física de sus compañeros, sin embargo el rencor ni le ha tocado. A pesar de todo, la felicidad del anciano monje nunca se ha apagado.
La alegría que le desbordaba cuando llegó en el año 1964 en un “dos caballos” al monasterio trapense de las montañas del Sur de Argel, le sigue acompañando. Desde entonces el Magreb ha sido su casa. Junto a la ventana de su celda recién estrenada podía contemplar el muro, la huerta y el pueblo a lo lejos. No le apenaba en absoluto pensar en un mismo paisaje para el resto de sus días.
Hubo de cambiar de muro, de huerta, de “pueblo a lo lejos” y sin embargo los mismos desiertos cercándoles, el mismo nutrirse del Islam cercano, el mismo eco de los almuédanos llamando a la oración. Hubo de cambiar de compañeros y sin embargo la misma fe inquebrantable, el mismo gozo a prueba de atrocidades y decapitaciones en serie.
Las toneladas de perdón piladas en su interior le confieren ese semblante de una paz como de otro mundo. Nos acercamos, no sin enorme pudor, a este anciano de sonrisa inalterable. Su mirada ancla lejana como si tuviera todo visto en la tierra, sin embargo cumple con el presente y los numerosos oficios religiosos de cada día. Ni mácula de resentimiento, ni un punto de dolor en sus pupilas. ¿Será por eso que recibe tantas visitas? Mira como si abrazara, con brazos tiernos de anciano. ¿Quién perturbará la mirada de quien supo de la extrema barbarie?
Nos sentamos juntos en la sala contigua a la pequeña capilla de los mártires, imaginando una entrevista corta de mera cortesía. La tarde se fue llenando sin embargo de sus palabras de fina, pero clara voz, de contundente mensaje cargado de amor genuino y compasión. No hay titubeo, ni memoria atascada a sus ochenta y siete años intensamente vividos.
Argelia y el Islam eran para el padre Christian, el prior de Tibhirine, cuerpo y alma por los que dio su vida. Jean Pierre conoció bien “su pasión interior por descubrir el alma musulmana y por vivir esta comunión con ellos y con Dios, permaneciendo un verdadero monje cristiano”. De esa pasión por el encuentro, de esa tan profunda vivencia del perdón por parte de toda la comunidad de monjes, de la película que ha dado a vuelta al mundo…, hablamos con el hermano Jean Pierre.
¿Christian estaba en paz cuando llegaron los días duros?
Sí, sí lo estaba. Tiene una hermana muy cercana, Claire. Ella me decía tras ver la película “De Dioses y hombres”: “El rol que juega Christian no me acaba de convencer, él era más sonriente, mucho más alegre.” Yo sin embargo le digo que sí era él, que la situación que se vivía era muy grave, nada divertida y que actuó así. El, en tanto que superior, se sabía responsable de esa situación. Se ve bien al pastor y su ansia de abrirse a Dios, para dejarse trabajar por Dios. Christian era así. En la ya famosa película se hace un fiel retrato suyo.
Había progresado mucho en su liderazgo, en su rol pastoral, en lo que respecta a su concepción de la relación con sus hermanos. No quería imponer, estaba a la escucha. Se sentía lleno de respeto por los hermanos. Era muy considerado con la opinión y la decisión de cada uno, en aquellos momentos tan graves. Tal como se refleja en la película, permitía que cada quien se expresara en medio de la disyuntiva de quedarse o marchar. En aquel contexto gravitaba también el compromiso que nosotros llamamos de “estabilidad”, de “matrimonio” con la población.
La película es muy buena. Las imágenes son muy expresivas. Cuando se evoca el árbol se expresa el ideal de arraigo y de protección que nosotros queríamos desarrollar. Hacía falta que fuéramos fuertes y sólidos.
¿La película está por lo tanto lograda? ¿Se ciñe a verdad?
Sí, ha hecho mucho, mucho bien. El Espíritu Santo ha trabajado en la preparación del film… Los responsables se han documentado de una forma muy seria. Han leído muchos artículos, libros…, han contactado a mucha gente que conoció a los hermanos. Han querido entrar en el interior de cada uno de los protagonistas, descubrir sus almas. Los actores no eran creyentes y sin embargo el testimonio de cada uno de los representados les ha revelado aspectos profundos. Han sabido además captar muy bien la vida monástica.
Henri Quinson, antiguo hermano de la Orden, les acompañó durante el rodaje. Les asesoró con respecto a los hechos reales. Él da a conocer en el libro que escribió sobre el rodaje, que hubo uno de los actores que entró tan dentro en la piel de quien representaba, que llegó a llorar en medio de la experiencia.
El realizador tenía una suerte de contacto especial con los hermanos fallecidos, como si fuera internamente también asesorado. Buen ejemplo tenemos en lo que ocurrió con el final. Tenían ya preparadas las cabezas decapitadas, pero él sintió que no podía terminar así. Desestimaron ese final. Durante el rodaje, como si Dios lo hubiera querido, nevó por azar. Entonces aprovecharon esa nieve para hacer ese final con una marcha por el paisaje nevado. Fue muy bello. No ocurrió así porque sí. Ese paisaje nevado expresa muy bien el misterio que rodeó su partida.
Muy oportuno en ese momento de la película el testamento de Christian…
Sí, para nosotros ese testamento cobra un profundo significado: “…Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este ‘Gracias’ y este ‘A-Dios’ en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones colmados de gozo en el paraíso, si así quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡Amén! ¡In Sha ‘Allah”. La escena final es acompañada de este bellísimo texto. Ellos se van juntos sin ningún tipo de violencia. Es como si partieran juntos tras un misterio, tras Dios.
En ese testamento Christian refleja muy bien lo que vivía internamente. Él era considerado como un soñador, como un idealista. Nosotros mismos le señalábamos que había que observar a los musulmanes tal como son, no a través de gafas rosas. Pero en realidad lo que buscaba Christian, y así lo refleja en el escrito, es dar a entender cómo Dios labra también el alma de los hermanos musulmanes, cómo Cristo trabaja sobre ellos.
¿Vd. ha llegado a sentir odio en algún momento?
Yo nunca he llegado a sentir odio.
¿Nunca?
Nunca. Nosotros estábamos ya preparados. En realidad vivíamos una situación sumamente peligrosa desde 1993. Aquello podía llegar en cualquier momento. Cuando supimos de la muerte tras el rapto yo me encontraba en Fez. Habíamos decidido marchar por la peligrosidad de la situación. El obispo nos lo comunicó. Nos dimos cuenta enseguida que era preciso no dejarnos vencer ni por la tristeza, ni por el temor. Por la noche, mientras estaba con un hermano fregando los platos, le dije: “Hay que vivir esto como algo muy bello, muy grande, hay que ser dignos.”
Era necesario asimilar aquello con la altura de la fe, no en vano representaba la culminación de lo que habíamos vivido. Lo que llegaba era la ofrenda total de la persona a Dios. Aquello no podía hundirnos. La misa no debía ser de luto. El martirio es una verdadera fiesta para los cristianos, tal como apuntaba San Cipriano en el primer siglo. El martirio es la cumbre del testimonio de la fe rendida a Dios.
¿Qué sensación tiene ahora cuando ve la película?
La he visto ya tres veces y no me pongo triste. He vivido un puro gozo a causa de la belleza que refleja. El hermano Jean Pierre, nuestro prior se llama igual que yo, la ha visto diez veces. Cada vez ve algo nuevo. Siento que la película se asemeja a un icono. Quien realiza un icono se prepara internamente con rezos e incluso ayuno, para poder captar el mensaje y poder reflejarlo en toda su belleza. La gracia es entonces comunicada y el Espíritu trabaja en el icono.
Imágenes de la película testimonial DE DIOSES Y HOMBRES, de Xavier Beauvois, Francia, 2010
Me ha tocado estar en Bélgica en un acto en memoria de los hermanos con autoridades civiles y religiosas, así como en algún otro homenaje. El film nos ha dado la oportunidad de difundir el mensaje del perdón. Participé también en un acto multitudinario de jóvenes en el Vaticano con el Papa presente.
¿… y cómo acaba la historia…?
En 1999 celebramos en Fez una gran asamblea en la que participó el padre general. Decidimos instalarnos aquí, en Midelt. No se trataba de otra fundación. El mismo monasterio de Notre Dame de Atlas de Tibhirine continúa, en este otro lugar, en Marruecos. Un país diferente, pero un mismo espíritu.
¿Va a escribir sus memorias?
No, en absoluto. Ya hay otros que se encargan de hablar de mí.
¿Qué edad tiene Vd. ahora?
87 años
Muy bien llevados por cierto…
Sí, gracias a Dios…
¡Muchas gracias de corazón, Jean Pierre!
Rezad por nosotros. A ver si Dios quiere que continuemos y nos envía a alguien… Ya no somos más que tres.
Decía el hermano Luc, el más anciano, el cocinero y a la vez médico, con esa inocencia suya cargada de humor: “¿Qué nos puede pasar? Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura. Dios es el gran misericordioso, el gran perdonador…” Quiso la Providencia que no todos los hermanos se sumergieran aún en esa infinita ternura. Hacía falta alguien para que lo contara.
40.000 campanas en su recuerdo
“Amigos del último instante” fueron quienes les dieron muerte, quienes les robaron la vida en la tierra a sus compañeros de tantos años. Por eso, porque murieron con el perdón en los labios, en Francia, por primera vez desde la muerte de Juan XXIII, tal como relataba Le Figaro, todos los templos católicos (alrededor de 40 mil) hicieron repicar las campanas al mismo tiempo. Por eso, en la plaza de los Derechos Humanos en París, se reunieron más de diez mil personas con una flor blanca en las manos. Por eso, porque sus propios verdugos, eran sus “amigos de la última hora”, han ocupado tantas páginas impresas, por eso han saltado a las pantallas de medio mundo.
Tal es la fuerza redentora de ese mensaje de compasión que nunca murieron, que su testimonio se multiplicó con su martirio. Son ejemplo vivo y son también popular celuloide. Ello implica en nuestros días que los monjes de Tibhirine y su reclamo de perdón, forman parte ya del consciente planetario colectivo.
Encrucijada de fuerzas
Necesitamos, también como humanidad, ver encarnar fuera los grandes valores en los que creemos, para por fin darles paso dentro. ¿La revolución de las conciencias a favor del amor y la compasión de los monjes-dioses de Argelia, gracias a esa bella y acertada película, habrá “amortizado” (perdón por la burda expresión) su sacrificio? El cine de Xavier Beauvois y su eficaz promoción, han colocado a los siete hermanos trapenses en el corazón de muchos espectadores. ¿Quién dudará a estas alturas de su victoria sobre la muerte y sus vasallos de tan fácil gatillo? A veces vale más un testimonio sufrido que una huída a tiempo. Apenas sabemos algo en medio de este cruce intercivilizacional, en medio de esta encrucijada tan definitiva que concita a las fuerzas de la esperanza y de la brutalidad.
Crucial disyuntiva
Siempre hay una vida destinada a vivir en la frontera, en el límite, en el extremo de un desierto tan arrebatador y peligroso al mismo tiempo. La frontera, allí donde el “kalashnikov” se pasea sin seguro persiguiendo al diferente, también ha de ser habitada. Siempre habrá valientes sin acero defensor, ni chaleco antibalas. Por mucha protección que se procure, siempre hay una vida que se manifestará vulnerable ante la barbarie. Siempre habrá hombres y mujeres de ancha fe, consecuentes, comprometidos, en el borde del peligro.
El intenso debate en 1996 de los monjes trapenses franceses de Tibhirine ante la presión de los guerrilleros fundamentalistas del GIA argelino ha sido exitosamente plasmados en la película “De dioses y hombres”. El cine adquiere en este caso la grandeza de abocarnos, con alarde de realismo, hacia cuestiones de envergadura. Nos invita a la mesa de crucial meditación, de tremenda disyuntiva de los monjes en su amenazado monasterio. ¿Cuál es la respuesta del diálogo, del encuentro, del abrazo interreligioso ante la atroz negación de la vida por parte de quienes pretenden detentar la posesión del Dios único?
MÁS INFORMACIÓN EN:
LA ESPERANZA INVENCIBLE. ESCRITOS ESENCIALES DEL MONJE MÁRTIR DE ARGELIA, Christian De Chergé, Editorial Lumen, Buenos Aires
La noche del 26 al 27 de Marzo de 1996, siete monjes del Monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Argelia fueron secuestrados por un comando del GIA (Grupo Islámico Armado) y nadie volvió a verlos. El 30 de Mayo se descubrieron sus cuerpos.-
El abad del monasterio, CHRISTIAN DE CHERGÉ, había realizado un largo camino de vida hasta alcanzar ese momento final. En un punto de ese camino había llegado a aceptar la posibilidad cada vez más concreta de perder la vida en medio del conflicto que arreciaba en Argelia y, a pesar de eso, había tomado la decisión de quedarse allí junto con sus hermanos, como testigos de paz y en solidaridad con los habitantes del lugar. Envía entonces su testamento a su familia, en una sola hoja escrita de ambos lados, para que se abriera sólo en caso de su muerte. Este texto, leído después de que se conociera la noticia del asesinato, se convertiría en un documento único de visión profética y testimonio cristiano enteramente evangélico y enteramente de Dios. Demostrando que el sentido de nuestra muerte está profundamente relacionado con el sentido de nuestra vida, el hermano Christian había llegado con libertad a la decisión de seguir dando su vida “por amor a Dios, por adelantado, sin condiciones”, como lo había hecho una vez al abrazar su vocación de sacerdote y monje, como lo había hecho muchas veces al rezar con sus hermanos musulmanes en la profunda convicción de estar orando a un solo Dios, el mismo y el único. Porque “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (comentario del Editor).-
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