Revista Digital de El Quinto Hombre

EXCLUSIVO PARA EL QUINTO HOMBRE
LA CIUDAD MÁS HERMÉTICA DEL CONO SUR
bandera alemania.JPGPor Diego Arandojo
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Los Conquistadores arribaron a lo que creían era una tierra virgen, una vasta extensión repleta de misterios y nuevas sensaciones por experimentar.
Las naciones fuertes del Viejo Continente pretendían expandir sus garras sobre este nuevo mundo, a fin de succionar todos los recursos posibles; mientras que los Pueblos Originarios, los indígenas autóctonos, veían con tristeza el fin de una era y el comienzo de otra.
Más allá de las luchas que se produjeron con el correr de los siglos, de la bravía de muchos caciques y etnias por defender su legado, su memoria presente y también futura, en algunas ocasiones utilizaron un arma muy especial: la de crear sitios donde existía en abundancia oro y otras piedras preciosas.

Así brotaron de los labios de los indígenas relatos de lugares escondidos en la selva o el bosque, donde el oro pretendido, añorado y deseado, existía en grandes cantidades. Un ejemplo acabado de este fue la mítica El Dorado, ubicada (en teoría) en la zona central de Nueva Granada, actual territorio de Colombia.
En vano fue buscada por los ambiciosos. El mito crecía año tras año, engrandecido por los relatos orales. De nada servían los fracasos y los regresos, sin la gloria ni el anhelado metal, de cientos de buscadores. La fantasía, en la mente de los más retorcidos Conquistadores, persistía. Rumores de un supuesto Rey de Oro, poseedor de riquezas invaluables, agregaban tensión a la afiebrada imaginación de los europeos.

El investigador francés Serge Hutin, en su tratado Les Civilizations Inconnues” (Las civilizaciones desconocidas, 1962) comenta al respecto: “… las tradiciones de El Dorado, el reino del Hombre Dorado, están todavía extendidas actualmente: periódicamente, los periódicos nos informan de la marcha de intrépidos exploradores o de aventureros hacia la conquista de esta selva misteriosa, generalmente localizada en la región amazónica todavía sin explorar: en esa región misteriosa de grandes edificios abandonados, pueblos desconocidos que habitan la parte inexplorada del Mato Grosso es donde habría desaparecido el célebre coronel Fawcett. Pero El Dorado, reino de un legendario rey barbudo llamado Tatarrax, había sido primeramente situado por los conquistadores en Quivira, en los límites de California.”

A continuación, Hutin expone otro caso: “Vázquez de Coronado esperaba poder llegar a descubrir así el fabuloso reino cristiano del Preste Juan en esa región de Cibola, a unas 400 leguas al norte de México. Durante la expedición, se había de descubrir algo muy curioso, aunque de origen diametralmente opuesto: unos restos de los Navíos del Catay, es decir juncos chinos… La expedición de Francisco Vázquez de Coronado emprendida a través del desierto californiano para ir a descubrir el fabuloso El Dorado en la mítica región de las Siete ciudades de Cibola, no había de ser la única (…) En la época contemporánea, lo que domina son las localizaciones sudamericanas de El Dorado: en el Paraguay (leyenda de las tres Ciudades de los Césares)…” (op. cit.)

 

El origen del mito de la “Ciudad de los Césares” comienza con la expedición de Sebastián Caboto, quien partió de Sevilla, España, el 3 de Abril de 1526, al mando de tres naves. El viaje fue bastante accidentado, lo que obligó a una estadía en la isla de Santa Catalina, próxima a las costas del Brasil, para luego retomar la travesía hasta alcanzar el Río de la Plata.
            Al término de la construcción del fuerte Sancti Spiritus, Caboto recibió un pedido de uno de sus jefes de mayor confianza: Francisco César. Éste solicitaba permiso para explorar el territorio en busca de tierras ricas en minerales. La relación de lealtad que existía entre ambos facilitó la aceptación del pedido. Fue así como, acompañado por un puñado de valientes, el capitán César se internó en la tierra indómita.
Al cabo de un tiempo, el capitán regresó con una fabulosa noticia: había encontrado una gran ciudad, repleta de plata y oro. Esta fue la chispa que encendió la avidez no sólo de sus compañeros sino de otros cientos de hombres que buscarían este mítico lugar.

El escritor Ricardo E. Latcham nos explica: “El viaje de César no puede haber durado más de dos meses y medio, hallándose de regreso al fuerte en febrero de 1529. (…) Se ignora por dónde anduvo César y respecto de lo que contaron de su viaje, sólo consta por los documentos que «dijeron haber visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas». Siendo exacto este hecho «es necesario suponer que alcanzaron hasta dentro de los límites del imperio de los Incas, atravesando toda la pampa». Estos son los únicos hechos referentes a la expedición de César, comprobados por los documentos”. (1929)
Para Latcham, el capitán y sus hombres (a razón de recorrer a pie unas cinco leguas al día) realizaron un viaje en línea recta desde el fuerte –emplazado cerca del Río Paraná– hasta llegar, cien leguas más tarde, a la Sierra de Córdoba. Para el escritor las tribus presentes en esta zona eran las únicas que podían concebir objetos de plata y oro, gracias a la instrucción recibida por los Incas.

Pero no fue sólo el relato del capitán de confianza de Caboto lo que aportó la materia prima de la cual nacería la futura leyenda de esta “Ciudad Encantada”, como también la denominaron. La expedición de Diego de Almagro a Chile en 1535 informó sobre la supuesta migración de los “Césares”, incas derrotados por los indígenas autóctonos chilenos, hacia el área sur. Posteriormente, en 1563, dos tripulantes de la naufragada flota de don Gutierre Vargas de Carvajal, obispo de Placencia, reaparecieron e informaron que se habían instalado en una zona austral donde existía el inca y sus tesoros.

Con el paso de las décadas el afán de los conquistadores y exploradores no se detuvo. Para ellos encontrar la “Ciudad de los Césares” se había convertido en una misión; penetrar los arcanos de la Ciudad Errante ó Elelín, otros de los apodos que se fue ganando, para acceder a su fortuna y gnosis.
Los autores Patricio Estellé y Ricardo Couyoudmdjian, del Instituto de Historia  de la Universidad Católica de Chile exponen: “En el siglo XVIII la Ciudad de los Césares se había transformado casi en un asunto de carácter administrativo, a la vez que sus fundamentos habían variado (…) Donde antes se suponía que eran sobrevivientes de la expedición de Argüello y otros, ahora se consideraba habitado por los antiguos pobladores de Osorno, o, como advertía Orejuela, por enemigos ingleses y holandeses. Por otro lado, un espíritu crítico cada vez más agudo sepultó la leyenda, transformada ahora en fábula maravillosa capaz de contener la más fecunda de las imaginaciones”. (1968)

Para el hombre es difícil enterrar sus mitos, ya que forman parte de la historia psíquica de la especie. Se los puede negar, refutar e incluso demostrar científicamente que carecen de una base fidedigna, pero jamás terminan de perecer. Mutan. Cambian. Se ajustan. En palabras de Francisco Cavada: “Es ésta una ciudad encantada, no dada a ningún viajero descubrirla, aun cuando la ande pisando, ya que una espesa niebla se interpone entre ella y el viajero y la corriente de los ríos que la bañan refluyen para alejar las embarcaciones que se aproximan demasiado a ella. Sólo al fin del mundo, la ciudad se hará visible para convencer a los incrédulos de su existencia.”  (1914)
A continuación, el autor describe la composición arquitectónica de la ciudadela maravillosa: “El pavimento es de plata y oro macizo, una gran cruz de oro corona la torre de la iglesia y la campana que ésta posee es de tales dimensiones que debajo de ella pueden instalarse cómodamente dos mesas de zapatería con todos sus útiles y herramientas. Si esta campana llegara a tocarse su tañido se oiría en el mundo entero” (op. cit.)

Por su parte el sociólogo y antropólogo, Prof. Dr. Guillermo Alfredo Terrera manifiesta con tenacidad: “La Ciudad de los Césares, lo sabemos con todo fundamento, existe o existió a cuarenta leguas al suroeste de Salinas Grandes, donde han visto sus ruinas los primitivos pobladores indígenas y todos los viajeros y las expediciones que comprobaron la exactitud de sus multiplicados montes de frutales que a través de los siglos o los milenios, formaron impenetrables bosques de abundante comida.
El propio sacerdote jesuita Tomás Falker, en 1760, hace la descripción real y positiva de sus misteriosas riquezas y tienen, explica el investigador, en la parte sur de la ciudad, como a unas dos leguas, el mar vecino que no es otro que la enorme laguna de Urrulauquén, de donde se proveen de exquisito pescado y mariscos, para el mantenimiento de todo el invierno” (1989)

Real o no, física o metafísica, la “Ciudad de los Césares” continúa hoy en día siendo un terreno fértil para la imaginación de los hombres y mujeres, no sólo del Cono Sur, sino del mundo entero.
La tentación de hallar lo que nadie pudo, sumado a la religiosidad que rodea a esta urbe (al igual que la búsqueda del Vaso Sagrado, o Santo Grial, en el área patagónica) atrae a cientos de curiosos.
Tal vez en los venideros tiempos del Apocalipsis, la Ciudad abandone la bruma que la protege de los curiosos, para ofrecer la Salvación o la Destrucción final de la humanidad.