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Revista Digital de El Quinto Hombre
EL
EXTRAÑO CASO DEL GATO INVISIBLE
por Juan Norberto Comte
(Argentina)
- Ya lo suponía- dijo el gato, y se
esfumó nuevamente como por encanto
Alicia en el País de las Maravillas
No se trata de un capítulo inédito de Lewis Carrol para
su Alicia en el País de las Maravillas ni de un cuento de ciencia
ficción como podría pensarse por el título de la
nota, aunque si H. G. Wells escribió el Hombre Invisible, bien
podría haber creado esta historia con sólo echar mano a
su enjundiosa fantasía.
El episodio que vamos a relatar ocurrió en Sampier, pueblo de Lyon,
al sudeste de Francia, país donde en su momento tuvo honda repercusión
entre los gatofilos, que allí constituyen una numerosa comunidad,
y en el público en general a raíz de las extraordinarias
y fantásticas circunstancias que rodearon los hechos.
Todos los antecedentes de este asombroso incidente conocido en francés
como L'affair du chat invisible se encuentran debidamente archivados en
una carpeta que se conserva en los armarios de la Sociedad de Fenómenos
Parapsicológicos de París. El dossier contiene en realidad
un modesto informe de nueve páginas escritas a máquina acompañado
de una única fotografía en colores que, en apariencia al
menos, no tiene nada de anormal. En efecto en la foto aparece un niño
con traje dominguero que sostiene en sus brazos a un gatito blanco en
medio del jardín de su casa.
Todo comenzó hace más de veinte años en el seno de
una familia de trabajadores en el pacífico pueblo de Sampier, Charles
y Michelle Leret tenían tres hijos, y René, que contaba
a la sazón siete años, era el más pequeño
y despierto de todos. Aunque Charles Leret era sólo un modesto
carpintero y albañil, poseía una gran y justificada ambición.
Deseaba que uno de sus hijos al menos pudiese ir a la universidad y sus
esperanzas se concentraban secretamente en René.
La primera semana de agosto de 1954, el hermano de Michelle llegó
de visita a la casa de los Leret trayendo consigo varios regalos, entre
los cuales había un hermoso gatito blanco para René.
El niño quedó encantado con el presente de su tío
y decidió bautizarlo con el nombre de Jacques. Desde aquel instante
Jacques se convirtió en su compañero inseparable y se estableció
entre el niño y el gato una tierna amistad. El destino sin embargo
se interpuso de manera brutal en aquel afecto tan cálido y sincero.
Treinta días más tarde, un sábado por la mañana,
Jacques salió corriendo de la casa, atravesó el jardín
e intentó ganar la calle. Sucedió que en ese preciso instante
circulaba a toda velocidad un camión cisterna que se dirigía
a la ciudad de Dijon. Las ruedas del vehículo aplastaron al pobre
minino causándole la muerte instantáneamente.
Los padres, como es natural, retuvieron a René dentro de la casa
hasta que unos vecinos hicieron desaparecer de la calle todo rastro del
accidente. Michelle Leret besó cariñosamente a su hijo y
le dijo tratando de consolarlo:- No debes preocuparte ni llorar por Jacques,
querido. Ya te conseguiremos otro gatito con el cual podrás jugar.
- Pero mamá, no necesito otro gatito- replico René, que
no daba muestras de tristeza aunque parecía sorprendido por las
palabras de su madre. -Jacques -prosiguió el pequeño- está
sentado aquí en la ventana- y así diciendo, estiró
su bracito y acarició suavemente el aire por encima del alféizar
de la ventana.
En aquel momento los esposos Leret no dieron importancia alguna a este
gesto singular pues, aunque eran gentes simples, intuyeron que se trataba
de un autentico mecanismo de defensa psicológica que se había
puesto en funcionamiento para proteger a la criatura contra el dolor por
la pérdida del animal. Pensaron que en un par de días el
niño lograría olvidar el incidente y todo volvería
a la normalidad. Pero no fue así, pues René a una semana
del accidente continuaba colocando leche en el plato de Jacques y todas
las noches dejaba abierta la puerta de su dormitorio para dar paso, como
solía hacerlo antes, al gatito que acostumbraba dormirse a los
pies de su cama.
Una tarde Charles Leret llamó a su pequeño y le explicó
con ternura paternal, pero al mismo tiempo con firmeza, que todo aquel
juego de simulaciones ya había durado bastante tiempo y que debía
terminar. René miró a su padre fijamente sin comprender
lo que éste quería decirle, y luego de una pausa de silencia
replicó:
- No entiendo nada de lo que dices, papá. ¿Es que no puedes
ver a Jacques sentado allí en la alfombra del comedor?
Charles Leret, profundamente turbado y convencido de que su hijo estaba
enfermo, decidió, de común acuerdo con su mujer, tratar
el problema de René con un facultativo. Al día siguiente
llamaron al médico, le explicaron lo sucedido y le confesaron casi
con lágrimas en los ojos que el niño sufría de alucinaciones.
El doctor examinó al pequeño René en la casa y en
su consultorio. Posteriormente fue internado en el hospital de Sampier
donde se le hicieron toda clase de análisis y de tests cuyo resultado
demostró a la postre que el estado físico y mental de la
criatura era perfecto.
Entretanto, la historia de René y el gato invisible había
corrido como pólvora a través de la prensa desde Lyon hasta
París, extendiéndose por toda Francia. Fue entonces cuando
el doctor Gérard Lefevre, miembro conspicuo de la Sociedad de Fenómenos
Parapsicológicos de París, atraído por la noticia
decidió viajar hasta Sampier. Si bien al principio, antes de conocer
a la familia Leret, se mostró escéptico, más tarde,
luego de haber estudiado a fondo los hechos in situ, declaró al
periodismo: - En todo el curso de mi vida profesional habré analizado
más de 2000 casos de presuntos fenómenos paranormales y
en sólo cinco oportunidades no pude encontrar una explicación
natural o científica para aclarar las causas que motivaron los
sucesos. Entre estos únicos cinco casos debo confesar que se halla
el fenómeno del gato de Sampier.
Lefevre arribó a Sampier a fines de septiembre y apenas llegó
se puso en comunicación con los Leret y tuvo con la familia una
serie de prolongadas entrevistas durante las cuales investigó a
fondo no sólo al propio René, a sus padres, hermanos y vecinos,
sino que indagó y reconstruyó en forma independiente todas
las extrañas circunstancias que rodeaban el caso.
-Es indudable -afirmaba el parapsicólogo en su informe preliminar-
que el niño ignora o no acepta la muerte del minino y sigue en
la firme creencia que Jacques está vivo y lo sigue por todas partes.
Y agrega más adelante: -Al principio me inclinaba por pensar que
el pequeño René había inventado esta comedia y que
disfrutaba enormemente con la sensación de desconcierto que su
conducta causaba en los mayores. Sin embargo, después de mis primeras
conversaciones con él debí abandonar totalmente esa hipótesis.
El Dr. Gérard Lefevre comprobó mediante el empleo de un
termógrafo de alta sensibilidad que cuando René entraba
en su dormitorio acompañado por el invisible Jacques las agujas
del aparato registraban en el papel una inexplicable caída de los
valores de la temperatura ambiente.
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Otro indicio desconcertante fue el que observó el investigador
al examinar la puerta cancel de la casa que había sido pintada
por el propio Charles Leret semanas después de la muerte del felino.
Lefevre localizó en la parte inferior de la puerta cantidad de
pequeños arañazos debidos aparentemente a las uñas
de un gato.
Pero no fue todo esto, que de por sí ya era bastante inquietante,
lo que terminó de convencer al parapsicólogo. Un día,
cuando Lefevre se hallaba tomando una taza de café en la casa de
los Leret, el dependiente de la farmacia del pueblo trajo un sobre con
las fotografías reveladas de un rollo de película que Charles
Leret había tomado a su familia unas tres semanas después
del lamentable accidente.
El propio Leret recibió el sobre y lo abrió mientras comentaba
con su distinguido anfitrión pormenores del día en que había
sacado las fotos. Distraídamente las miró y comenzó
a pasárselas al Dr. Lefevre y a Michelle, su mujer. De pronto se
detuvo ante una en particular y palideció. Dejó la pipa
que estaba fumando y con las manos temblorosas, sin pronunciar palabra,
la entregó al investigador.
Se trataba de una fotografía en colores obtenida como todas las
demás en el jardín de la casa, en la cual aparecía
solamente René con su trajecito azul de los domingos. El niño
tenía una curiosa expresión de solemnidad en el rostro y
apretaba entre sus brazos un gatito blanco. -Recuerdo -diría Lefevre
posteriormente en una conferencia de prensa- que los padres del pequeño
se quedaron atónitos en aquel momento, pues recordaban perfectamente
que en esa ocasión no había ningún gato en el jardín
y que René había posado solo sin nada en las manos.
Una vez más el parapsicólogo analizó objetivamente
la evidencia. Examinó cuidadosamente las fotos, corroboró
fecha y datos y llegó finalmente a la conclusión de que
el matrimonio Leret, cuya reputación y honestidad eran bien conocidas
en el pueblo, decían la verdad.
Pero entonces ¿cómo es que fue a parar el gato blanco a
los brazos de René sin que nadie lo viera y luego salió
en la fotografía? Para el doctor Gérard Lefevre no cabían
ya dudas. Se trataba de un verdadero fenómeno paranormal cuya explicación
está por ahora más allá de los conocimientos que
poseemos actualmente. En efecto, el niño jamás mintió
con respecto al gato que continuó viviendo en otro plano del espacio-tiempo
junto a René. El entrañable cariño que unió
en la vida ordinaria a Jacques con su humano y pequeño protector
permitió a René seguir viendo y compartiendo la presencia
del minino aun después de su muerte, dentro de una dimensión
desconocida por nosotros.
El Quinto Hombre
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