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Revista Digital de El Quinto Hombre
LA ESENCIA DEL PROFETISMO
El gran filósofo Immanuel Kant, exactamente en el año
1800, formuló cuatro preguntas fundamentales en las que se
contemplan los problemas más importantes del pensamiento
filosófico:
¿Qué puedo conocer?
¿Qué debo hacer?
¿Qué me cabe esperar?
¿Qué es el hombre?
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Cuando se interroga acerca de qué le cabe esperar al hombre, apunta
al sentido más importante y fundamental de la problemática
antropológica, que es la relación trascendente del hombre
en su "religatio" con lo divino, es decir, apunta al fenómeno
que llamamos religiosidad.
Lo religioso es un fenómeno universal de la humanidad., y en el
cual se manifiesta la relación trascendente del ser humano. El
hombre no puede comprenderse exclusivamente desde su dimensión
mundana, sino que busca un último fundamento ontológico
que pueda donar sentido a su existencia. De ahí que la religiosidad
represente en la humanidad uno de los temas más originarios, y
al mismo tiempo, más actuales del dilema existencial del hombre.
La relación trascendente debe entenderse como el estado o la condición
del principio divino o del ser que se halla fuera de toda cosa, de toda
experiencia humana, en cuanto experiencia de cosas, o del ser mismo.
La trascendencia de una instancia esencial en la existencia humana, que
caracteriza todo nuestro mundo vivencial propiamente humano. En efecto,
ese mundo se supera constantemente, apuntando más allá de
sus límites. Es cierto que nuestro mundo es un mundo siempre limitado,
pero jamás cerrado, jamás definitivamente establecido, sino
un mundo por esencia de fronteras abiertas. Es limitado por cuanto nosotros
nunca lo vivenciamos en toda su Magnitud, sino que sólo captamos
fragmentos parciales de la realidad, y porque intensivamente tampoco aprehendemos
nada de un modo completo, sino que lo entendemos siempre bajo aspectos
sumamente delimitados.
Ahora bien, la exposición sistemática de la trascendencia,
la expresa incorporación al movimiento trascendente ocurre, o ya
ha ocurrido previamente, en la realización religiosa, por lo cual
nos relacionamos explícitamente con Dios o con lo divino, saliendo
de nosotros mismos o de nuestro mundo. Por tanto la cuestión filosófica
acerca de la posibilidad de sistematizar la trascendencia supone ya la
realidad de tal sistematización.
Lo religioso implica una relación explícita con Dios o,
dicho de otro modo, una relación explícita con fuerzas y
poderes de orden divino. En la historia del pensamiento se han dado diversas
interpretaciones del tipo de esa relación y del fundamento y singularidad
del fenómeno religioso.
Según la primera concepción, la esencia de la religión
consistiría en el conocimiento racional de Dios. Lo esencial sería
el conocimiento, y no la libre realización personal del reconocimiento
y veneración, o del amor personal a Dios.
La segunda interpretación sobre la esencia de la religión
se basa en la voluntad humana: la religión es cosa del querer y
del obrar moral. En esta concepción se reduce lo religioso a un
comportamiento ético, intramundano, dentro del orden de las relaciones
sociales.
En estas dos concepciones no alcanzamos la esencia de la religiosidad,
ya que no se comprenden los actos de específico contenido religioso.
Entonces, si lo auténticamente religioso no consiste en el mero
conocimiento intelectual ni tampoco en la voluntad y el obrar moral, debemos
encontrar la religiosidad en otra dimensión, quizás en el
sentimiento religioso como expresa Shleiermacher, filósofo del
romanticismo. Esta postura ha recibido nuevo impulso en un autor como
Rudolf Otto, quien, en los primeros años del siglo XX, describió
con profundidad la verdadera esencia de la experiencia religiosa, creando
el concepto de "Vivencia Numinosa", vivencia de terror y veneración,
vivencia de lo Sagrado, el "Misterium Tremendum".
La vivencia del Misterium Tremendum es una descripción del Misterio
Divino visto a través del alma conmovida por el hombre. Dios, como
lo inaccesible al hombre -el Deus Absconditus- que inspira veneración
y terror, constituye otra determinación esencial de lo Sagrado.
Carl Jung adhiere a este concepto, considera que los fenómenos
religiosos son la expresión de una autentica y legítima
función psíquica, y no un "epifenómeno"
ni un proceso de sublimación.
Dentro de esta dimensión de la Vivencia Numinosa es donde entra,
precisamente, la experiencia de la Revelación Profética.
Se ha definido a la Profecía como una predicción hecha por
inspiración de Dios, como un Don sobrenatural que consiste en conocer,
por inspiración divina, las cosas distantes o futuras.
Tradicionalmente se puso acento en el prefijo "Pro", más,
por el contrario, es más significativo el "Ver" o el
"Decir". Lo anticipatorio de la profecía es, de alguna
manera, algo probable, pero sólo probable: su evidencia no se halla
necesariamente ligada al provenir.
La profecía tiene un valor propio, instantáneo, su decir
no es un predecir: se da inmediatamente en el instante de la Palabra:
la Visión y la Palabra son un descubrimiento, pero lo que manifiestan
no es el provenir, sino lo absoluto.
La profecía es una categoría de la Revelación, y
entre todos los intentos históricos de relacionar lo divino con
lo humano, la experiencia tiene un valor propio, e implica, de una forma
u otra, una relación entre la Eternidad y el Tiempo, un diálogo
entre Dios y el hombre.
La profecía no se limita a descubrir la Voz Divina, o su silencio,
o la manifestación de lo divino en la Naturaleza como expresara
Goethe, ni siquiera es escuchar al mundo interior y sus sentimientos.
La profecía no es la contemplación ni la plegaria, y supera
el marco de una comunión personal. La experiencia profética
trasciende al hombre para brindarse a los demás, lo que caracteriza
a esta experiencia entre los demás modos de Revelación es
precisamente que no se limita a la recepción, ni a la aceptación,
ni a la interpretación: la profecía exige la transmisión.
El profeta participa de lo Trascendente, no sólo para comulgar
con él en la intimidad, sino para compartir a su lado el esfuerzo
por afrontar lo que está fuera de su orden. Así, son dos
los actos conjugados que constituyen la Profecía: el de la Revelación
y el de la Comunicación.
El verdadero profeta se considera sólo un mediador, un instrumento,
y a través de él, lo Infinito intenta penetrar en lo Finito,
la Eternidad se abre camino hacia el Tiempo. En la profecía se
transforma un tiempo físico para entrar en la dimensión
de un tiempo metafísico, lo Absoluto se entrega en términos
Relativos: mediante la Profecía, el tiempo de Dios se refracta
en los múltiples tiempos de la Historia.
En toda revelación profética tiene lugar un encuentro entre
lo humano y lo sobrehumano, entre lo natural y lo sobrenatural. Este encuentro
se realiza en el mundo bíblico a través de la Ruah, que
los griegos llamaron Pneuma y los latinos Espíritu. La revelación
profética es revelación de la Ruah: el profeta es un hombre
del Espíritu. Leemos en Oseas, 9-7:
"¡El profeta es un necio,
un loco el hombre del espíritu!".
La Revelación abarca la Ruah y el Dabar, el Espíritu y
la Palabra, pero le deja a cada uno su función propia: la Ruah
introduce en el mundo a un Dios vivo, la Palabra de Dios realiza el universo
histórico. En el mundo existe una presencia de Dios por medio de
la Ruah, pero por medio de la Palabra, Dios coopera con el hombre y se
encuentran en la Alianza: la profecía es el puente del diálogo
entre Dios y el hombre.
El Quinto Hombre
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