Revista Digital de El Quinto Hombre

DE HEREJÍAS Y MODELOS HUMANOS

por Jean Louteauc
Francia




La llegada de los bárbaros a Europa, el resurgimiento sasánida en Persia y la crisis económica, marcaron el comienzo del fin del Imperio Romano. En el siglo IV, sin embargo, el emperador Constantino tendría el suficiente tino como para unificar nuevamente el Imperio (dividido luego de la experiencia de la "tetrarquía" de Diocleciano), y fundar Constantinopla a modo de instancia de recambio, para permitir la continuidad histórica de la romanidad. Por algún motivo, Constantino sabía del inminente fin de Roma, o al menos del inminente fin de la Roma Clásica, y fundó una "nueva Roma", que sobreviviría en 1.000 años más a la cuna de los Césares.

La medida, aparentemente política, de la creación de Constantinopla, guardaba cierta coherencia con una realidad subyacente a la política: el Oriente romano nunca había dejado de ser fundamentalmente helenista, incluso luego de la implantación del cristianismo; la lengua ritual y culta era el griego. En cambio, el occidente romano seguía siendo latino, y la lengua ritual había dejado de ser el griego, para pasar a ser el latín. El Oriente se encaminaba hacia la centralización absolutista del poder y la militarización de la burocracia. El Occidente, en cambio, no pudo contener la disgregación ni la penetración de los pueblos extraños. Dos modelos, en fin, distintos en organización, en formas de vida y cultura. Constantino quizás había intuido esto, y los hechos lo corroboraron más tarde, con la división política en dos partes.
Sin embargo, había un elemento común: el cristianismo, implantado como religión oficial bajo el emperador Teodosio. Bien pronto se dieron infinidad de disputas y rivalidades en torno a cuestiones esenciales (y a veces no) de la teología. Y también en este aspecto, de aparente unidad, se dieron las diferencias entre Oriente y Occidente. Eran efectivamente, distintas las inquietudes religiosas del hombre oriental. Por ejemplo, en la Roma Oriental se planteo el "cisma monofisita" que consistía en discutir sobre la Naturaleza de Dios y de Cristo, acerca de si eran de una misma esencia o no. Este punto había sido motivo de conflictos ya en el siglo IV, con el auge de la doctrina de Arrio. Los arrianos sostenían que Cristo era "hijo adoptivo" de Dios, pero pronto fueron naturalizados. Sin embargo, según algunos autores, el arrianismo fue (a pesar de no haberse reeditado posteriormente en Occidente), un antecedente directo de monofisismo. En oriente, el hombre se preguntaba sobre la naturaleza de Dios.
Pero en Occidente, esta situación "evolucionó". Al tiempo que en una Roma Oriental se daba el cisma monofisita, en Occidente se discutía sobre la "cuestión de la gracia". Franz Maier insinúa la existencia de cierta "antropología cristiana" en Occidente, frente a una "teología" cristiana en Oriente. La "cuestión de la gracia" estaba referida, entre otras cosas, a que los sacerdotes que administraban sacramentos no podían dejar de estar bajo la "gracia de Dios". Había cierto acento puesto en cómo está el hombre en su relación con Dios, y no en Dios mismo. Mientras que en Oriente el acento estaba puesto en Dios, en el Occidente lo estaba en el hombre.
Uno de los principales personajes en esta cuestión de la gracia fue el monje irlandés Pelagio. Pelagio rechazaba la existencia del pecado original, y defendía la libertad del hombre y su capacidad de actuar bien por propia voluntad. La gracia divina era sólo una ayuda. Lógicamente, Pelagio fue condenado por la iglesia romana, pero el sólo hecho de su prédica en un momento histórico dado, ya nos está dando la pauta de la existencia, cuando menos larval, de cierto espíritu licizante, que no llegó a darse en Oriente.
Según Maier, "el pelegianismo no es sólo un acontecimiento histórico, sino una posibilidad fundamental de la existencia de Occidente. Aunque en forma más atenuada, continúo subsistiendo, con su insistencia en la capacidad moral del hombre, como "semipelagianismo" y en la teología jesuítica del siglo XVII, en el Renacimiento y en la ilustración como humanismo "cristiano". Pelagio y Gelacio abrieron camino a un pensamiento específicamente occidental; fueron el germen de una nueva forma de vida, en un mundo dominado aún por dos principios espirituales".
Tal aseveración nos está hablando de cierto orgullo del hombre europeo por ser distinto, y esa distinción es necesariamente laica: Europa levantó con altivez el estandarte de la presencia de toda divinidad, mientras que Oriente seguía sometida a Dios o a los dioses. Hubo incluso, filósofos, psicólogos y antropólogos que interpretaron esta decisión como síntoma de madurez: en Europa, el hombre ha cortado el cordón umbilical que lo unía a la madre-tierra y al padre-cielo; en el resto del mundo, tal cordón subsiste.
Existieron muchas otras herejías en la Edad Media europea. Sólo elegimos las más representativas, o algunas de ellas. Pero, ¿por qué elegimos herejías y no otra cosa? Porque las herejías son una reacción natural y espontánea, no son impuestas. Representan al verdadero hombre. Constituyen el germen o el adelanto o el arquetipo de lo que se impondrá en el futuro. Las herejías, generalmente, ganan con más prontitud la adhesión popular masiva, que los dogmas establecidos. A veces son el medio a través del cual grandes capas de población se rebelan contra esos dogmas y contra los poderes políticos y económicos a que están vinculados. Son entonces, más representativas del sentir general y del modelo humano del momento histórico en que se dan, que los dogmas aceptados. En fin, expresan mejor a la época en que surgen.
Entonces, mientras las herejías orientales no cuestionaban el hecho fundamental (Dios gobierna al mundo), las herejías Occidentales si lo hacían. Buscaban un mundo donde Dios no fuera necesario, y lo consiguieron. La misma Europa del pelegianismo evolucionaría hacia la filosofía materialista en todas sus versiones, hacia la ilusión de creer que el hombre ya es Dios, tecnología mediante. En este punto, Ruggiero Romano y Alberto Tenenti no podían ser más claros: "El Renacimiento aparece como momento privilegiado de la humanidad Occidental, como una especie de anuncio de una revelación laica el hombre se revela contra Dios que lo había condenado a la ignorancia, y al hacerlo cuestiona toda divinidad posible, excepto la predeterminadamente propia…"
Es evidente, entonces, que las herejías medievales que nos ocuparon fueron elementos que expresaron en germen el "modelo humano occidental", o al menos lo anunciaron: el hombre importa más que Dios. Fueron el preanuncio del "humanismo ateo" que degeneraría en materialismo dogmático. El hombre occidental fue orgulloso de esa cosmovisión, pero no por mucho tiempo.
La visión materialista del mundo no podía conducir a otra cosa que a dos guerras mundiales, al armamentismo nuclear y al consiguiente sentimiento apocalíptico. El hombre del siglo XXI cree cada vez menos en la "revelación laica", y busca otro tipo de revelaciones. A su manera, el "realismo fantástico", es una herejía emanada del positivismo dogmático, y es posible que sea, también, el germen de la filosofía del futuro.
Así como el Imperio Romano en decadencia contempló el arribo de "religiones de misterios" provenientes del Este -entre ellas el cristianismo-, como de la misma manera, el actual Occidente en decadencia (si seguimos a Spengler), viene contemplando, desde hace unos años, la penetración de una corriente espiritual proveniente del Oriente y, de sus propias entrañas, la filosofía del "realismo fantástico". ¿Es que definitivamente se ha agotado el modelo humano laico? ¿Asistimos a un nuevo Renacimiento, como el del siglo XV pero esta vez espiritual? ¿Está prefigurando en Occidente un nuevo modelo humano, ya no "economicus", sino "religioso"?
Esto último sólo puede decirlo el tiempo. Pero, además, intuimos que quizá sea esto lo único que pueda salvar al hombre de su destrucción. Sólo así la "decadencia de Occidente" sería la decadencia de un modelo humano, y no de todo modelo humano posible.

El Quinto Hombre