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Revista Digital de El Quinto Hombre
EL
MITO DEL ARBOL - UN EXTRAÑO MENSAJE
Una serie del Profesor
Dr. Guillermo Alfredo Terrera
Estos relatos extrasensoriales son recopilados de la realidad y narrados
por sus propios actores y testigos, en trabajos realizados en la Universidad
Nacional de Córdoba. Los nombres de los protagonistas son reales y muchos
de ellos aún viven.
Desde los más remotos tiempos, el árbol ha tenido enorme
significación en la vida de los diferentes grupos humanos.
La simbología y luego la mitología que fueron originadas a través de
la importancia del árbol, como factor decisivo en las creaciones mentales
de los hombres, han dejado innumerables mitos, cuentos, leyendas, creencias
y ceremonias que tuvieron como causas eficiente, el respeto y la admiración
de los seres humanos, por ese silencioso y mitológico amigo que es el
árbol.
De esta manera se forjan las diferentes leyendas sobre el llamado "árbol
de la vida", el permanente "árbol de la ciencia", el "árbol de la cultura",
el "árbol filogenético", el "árbol protector", el "árbol sagrado" y tantas
otras creencias mitológicas que son participaciones de estos maravilloso
padres y compañeros de los hombres, en todos los periodos de su historia.
El árbol, con su tronco de ramas extendidas, se asemeja a un dios primitivo,
a un espíritu generoso que con su corpulencia y sus brazos abiertos, cobija,
da sombra y fresco en los calores, tibieza y respeto en los inviernos,
para todos aquellos a su silenciosa sabiduría.
A su alrededor, bajo la paz bienhechora de su follaje, los hombres se
reunieron desde hace miles de años, para celebrar todos los fastos de
su existencia.
Desde el nacimiento hasta la muerte, de la paz a la guerra, de la elección
de príncipes o reyes, a las asambleas para decidir las grandes determinaciones
sociales o para juzgar las formas de castigo de los malhechores que quedaban
colgados de sus ramas, como extraños frutos de la maldad y la violencia.
Siempre el hombre, estuvo junto al padre árbol, por ello se convirtió
en un símbolo y en una mitología, muchas veces real y tangible.
Recordemos los cedros azules de la antigüa Fenicia, los robles sagrados
de las tribus indo-germanas, el Guernikako Arbolla de los primitivos vascos,
el caldén mágico de pampas y boroganos, el algarrobo a "árbol" por antonomasia
de los habitantes del centro y norte argentino. La encina o los árboles
esotéricos de la europa medieval o del oriente mágico.
Por ello, el árbol, era protector, fundador de naciones, el lugar donde
los antiguos maestros, poseedores de la sabiduría y del conocimiento hermético,
daban sus enseñanzas o realizaban las primeras manifestaciones de su poder
mental y de la fuerza bioenergética que desde tiempos remotos ya sabia
manejar.
La sabiduría antigua, ya conocía que la vida, se integraba en materia
y energía y que todo lo animado o viviente, tenia iguales principios.
El árbol, era un ser con vida que distribuía sus beneficios incontables
en la humanidad, como un padre bondadoso.
Ellos se nutren, tanto en las entrañas de la madre tierra, como de la
radiación cósmica o solar, mediante sus organizaciones celulares y moleculares
de crecimiento, sostén, desarrollo, transpiración, sensibilidad, recepción
y expansión de fuerzas energética, porque en su elevada corpulencia, la
energía que libera a su alrededor se acumula o adiciona con los años y
los siglos y sus mensajes pueden ser captados por todos aquellos seres
que vibran en su misma frecuencia.
Los arboles, en su larga y silenciosa vida, son receptores y transmisores
de fuerza bioplasmada y su influencia es beneficiosa en los seres
que lo rodean y que se protegen, junto a sus arrugados y fuertes troncos.
No en vano el hombre, realizó los actos
de su vida bajo las ramas y las hojas de estos maravillosos seres vivientes
que calientan nuestros cuerpos en la cuna y lo protegen con piedad en
la caja mortuoria, cuando nuestra energía se libera del mineral que la
envolvía.
EL MENSAJE DEL GRAN ÁRBOL.
En la esquina de las calles Ramón Falcón
y Cochabamba, de la ciudad de San Martín, en la provincia de Buenos Aires,
se levantaba hasta fines de la década del 50, un antiguo edificio de una
sola planta, con sus grandes ventanas enrejadas, una larga galería, a
la cual daban todas las habitaciones y frente a esa construcción, sus
moradores, tenían un hermoso jardín, en el cual sobresalía, un enorme
ejemplar de paraíso, árbol que cubre de verde y abundante follaje, con
pequeñas flores azules de exquisito perfume.
El paraíso se encontraba rodeado, de
una vereda de ladrillo, donde la vieja familia criolla que habitaba en
esa casa, se reunía diariamente a tomar el mate o el desayuno y a celebrar
todos los fastos de su tranquila y honesta existencia, desde los cumpleaños,
a los casamientos y bautismos.
Toda la vida de ese hogar, se realizaba
bajo la protección silenciosa y permanente del viejo paraíso que fue plantado
por el año de 1850, poco tiempo después que la casa fuera construida.
Edificio, árbol y familia, vivieron así,
la historia de todos y cada uno de ellos y bajo la sombra bienhechora,
jugaron niños que al hacerse hombres, recordaban con cariño, la robustez
magnifica de aquel mítico paraíso.
Pedro Lozada desde muy pequeño, vivió
en esa casa y bajo la protección de ese patriarca vegetal, estudiaba sus
lecciones, jugaba, conversaba con sus padres y a veces se ensimismaba,
contemplando sus hojas y escuchando el murmullo de las mismas, al rozarse
con el ciento, como si el árbol conversara en pautado silencio.
Ya hombre de veintitantos años, Lozada
dejo su vieja casa y su amado paraíso y se radicó en Córdoba, con su flamante
esposa.
Una noche, Pedro Lozada, dormía en su
casa de Córdoba, cuando de pronto tuvo un sueño extraño y un llamado que
lo hizo despertar e incorporarse de su lecho.
Había escuchado una voz que le avisaba
de la muerte de su viejo amigo el paraíso y en sueños la había visto,
volteado y desgajado, sobre el piso de ladrillo de la casa de Ramón Falcón
y Cochabamba.
Eran como las tres y media de la madrugada,
sobresaltado y nervioso, despertó a su esposa y le narro lo ocurrido.
La joven señora trataba de calmarlo, pero fue imposible. Tomo el teléfono
y pidió comunicación con un cuñado suyo que vivía en Villa Ballester,
cerca de la antigua casa y del paraíso que lo acababa de hablar.
Una voz somnolienta lo atendió desde
lejos. Era su cuñado que escuchó con asombro, la sintética narración de
Pedro Lozada.
En cuanto te levantes, anda hasta la
casa y fijate que ha pasado allí -le decía con nerviosismo- luego háblame
por teléfono y cuéntame todo lo que hayas visto. Hablamos enseguida, no
te vayas a olvidar.
Como a las siete y media de la mañana,
el cuñado de Lozada le habló desde Villa Ballester, para cumplimentar
el angustioso pedido de su paciente.
Del otro extremo de la línea, Pedro Lozada
escuchó con estupor las novedades que le transmitían. Efectivamente, el
día anterior, los empleados de una firma constructora, habían volteado
el sagrado paraíso de su vida e incluso, habían comenzado la demolición
del antiguo edificio, donde Lozada viviera tantos años.
Su cuñado le explicó que el gran árbol,
estaba en el suelo, caído, con sus enormes ramas quebradas y en ellas,
se notaban ya, la primeras hojitas de sus brotes, de una primavera que
se anunciaba. Manos impías lo habían muerto, cuando el patriarca centenario,
comenzaba un nuevo periodo, de su expansión energética.
Pedro Lozada no quiso escuchar más, los
sollozos cortaron su garganta. Cortó la comunicación sin despedirse del
otro muchacho y con los ojos anegados en lágrimas de amor cósmico, se
repetía a si mismo: lo voltearon, cayó el patriarca con su corona de ramas
desgajadas, él me aviso, él me hizo llegar el mensaje de su muerte, porque
ambos éramos amigos y su energía llego a mi, convertida en voz humana.
Que otra verdad queda por desentrañar.
El Quinto Hombre
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