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Revista Digital de El Quinto Hombre
LA LEY DE RESPONSABILIDAD
Armando Clavier
(Fragmento escogido de una obra inédita)
La ley de responsabilidad que rige intrínsecamente
el destino de la vida humana, se origina en la dimensión de lo profundo,
no en la plana dimensión del tiempo. Y lo "profundo" es lo intemporal
que contiene el tiempo. En el ser humano - en la humanidad- que excluye
de su realidad lo intemporal, que se fragmenta en el tiempo y hace del
tiempo el único sentido de la existencia, se está transgrediendo
una ley que es la vida misma del hombre. Y esto es independiente de los
sistemas, ocurre en cualquier sistema mejor o peor, más justo o más injusto,
más o menos hipócrita, más o menos moral o inmoral desde el punto de vista
de una moral establecida. Donde opera la mente de la seguridad y del placer,
ocurre. Y esa mente es nuestra en todas partes. Esa mente es la mente
colectiva, desde la caverna hasta la era espacial. No es la mente humana
propiamente dicha. La colectividad -en cualquier sistema- no es la humanidad.
Y el individuo, ya sea que se aísle o se considere el representante de
una vasta colectividad, no es el verdadero individuo humano. El verdadero
individuo humano no es una partícula aislada en si misma o con el contexto
más ampliado de una comunidad de partículas separadas que se juntan en
virtud de la seguridad común.
Una comunidad socialmente ordenada, no indica por eso
solo que los seres humanos que la constituyen sean ordenados en lo interno,
que vivan en orden. El orden, como se dijo, implica que todo está en su exacto lugar. La ley de responsabilidad se cumple
cuando la relación del ser humano con todo
lo que le concierne, tanto interna como externamente, es ordenada; o sea,
cuando los factores que constituyen esa relación están todos en su lugar
exacto que les corresponde.
Ese lugar exacto es el de lo total en lo parcial, vale decir que la parte
actúa en función de lo total, no de sí misma. En caso contrario, hay descolocación,
hay desorden aunque exista una apariencia externa de orden impuesto por
las circunstancias. El hombre como totalidad humana se deteriora al fragmentarse,
su capacidad de percepción holística del vivir se embota y se marchita.
Puede ser que viva 'mejor' o 'peor' desde el punto de vista de su supervivencia,
pero una vida humana sin esa capacidad de percepción, es una vida carente
de sentido.
Por lo tanto, cualquiera que sea el sistema social,
político, religioso o económico en que viva, un ser tiene que orientarse
si es responsable -si actúa en él la ley de responsabilidad- en función
de lo total que le concierne.
Los factores de fragmentos a que ha de enfrentarse, tienen matices deferentes
según las condiciones externas de la sociedad en que vive, pero todos
constituyen el reto de la inteligencia. No es posible eludir ese reto.
Está ahí. Tratar de eludirlo o de soslayarlo, es transgredir la ley de
responsabilidad identificando la condición de humana con el principio
de ignorancia merced al cual se desarrollan los factores psicológicos
del miedo, de la seguridad y el placer, con todas sus ramificaciones de
violencia, codicia, envidia y ambición, afán posesivo y acumulativo, destrucción
permanente y absurda de la vida sobre la tierra. Ignorancia acerca de
uno mismo y de la relación de uno mismo con la totalidad que integra.
Mientras ese principio de ignorancia opera, no están dadas las condiciones
para mutación psicológica, no hay posibilidades de un verdadero cambio
de consciencia, el cual queda reducido a una mera formación romántica
e imaginativa. Percibir realmente hasta qué punto opera en uno ese principio
a través de una o varias de sus ramas y ramificaciones, percibirlo cualquiera
sean las condiciones externas e internas que presionan sobre nosotros,
implica actuar en consecuencia. Y esa acción es la acción de la ley de
responsabilidad que se cumple en el ser humano psicológico, como la ley
de gravedad se cumple en el universo físico. Entonces, todo está
en su lugar, todo está en orden. La vida humana tiene sentido.
La acción psicológica ha entrado en el ámbito de la libertad incondicionada.
Ningún ser humano puede ser responsable como consecuencia
de un programa previo; no está programado para la responsabilidad
ni puede programárselo en tal sentido. De ningún modo, ni a través de
la religión, ni por medio de planes educativos, ni bajo la prisión de
un sistema por bien intencionado que sea. El cerebro humano no puede programarse
para la libertad. La libertad, la total libertad psicológica, es la condición
ineludible que debe darse para que actúe la ley de responsabilidad. Son
dos hechos que en realidad constituyen un solo movimiento único: libertad-responsabilidad.
Y, obviamente, orden.
Un hombre que actúa psicológicamente en respuesta de
un programa previamente fijado en las células cerebrales, no actúa libremente,
por útil, eficiente, noble o plausible que sea ese programa. Una computadora
no es libre, no es responsable. Puede ser programada para ayudar al hombre
o para destruir al hombre. Una computadora electrónica no es más que la
programación eficiente del cerebro que la ha inventado o construído.
Y el cerebro mismo es una computadora no inventada ni construída
por el hombre. La más compleja y, hasta hoy, inescrutable máquina biológica.
En esa máquina, como en todas las otras de la naturaleza -desde el organismo
molecular hasta el más evolucionado animal que convive con nosotros en
el planeta- están grabadas todas las funciones elementales para la supervivencia
biológica -comer, dormir, procrear, etc.-. Y también está grabada
toda la historia de nuestra especie.
Hay distintos estratos o niveles de programación, unos
más "superficiales", otros más "profundos". Los meramente biológicos,
llegan a la ciencia y se revelan y se revelan en instintos y compulsiones
sensorialmente reconocibles -hambre, sed, sueño, deseo sexual.- Tienen
carácter colectivo. Los programas prácticos, técnicos
y científicos (el conocimiento necesario) poseen asimismo un centro operativo
en el cual se vuelven impersonalmente
reconocibles. Y están los impulsos psicológicos, que también proceden
de programas grabados en otros estratos, porque actúan en un modo diferente,
personal. En todos los casos
son relaciones a estímulos externos o internos, pero no se manifiestan
de igual manera en la consciencia -la "conciencia" tal como la conocemos
en nuestro estado corriente, es todo
lo que llevamos programado dentro de nosotros, lo "sepamos" o no. Las
relaciones biológicas son simples, directas; generan sensaciones e imágenes
relacionadas con dichas sensaciones. Y con eso esta el movimiento hacia
aquello que la computadora ordena. Ocurre en toda escala biológica con
mayor o menor complejidad estructural. Lo biológico está bien;
es sano, natural, indispensable. La vida no podría existir sin esos programas,
ni en el protozoario ni en el hombre. La programación biológica está
dentro del orden. También está obviamente, la programación práctica
impersonal. Pero no está la programación psicológica. No nacemos
programados para la bondad, para la inteligencia, para el amor, para la
libertad. No nacemos programados por la ley de responsabilidad, la cual
no es programable.
Y este es un punto clave. Al no poder programarse para
ninguno de los factores cuya acción es el sentido mismo de la vida humana,
la vida termina por carecer de sentido. Y tenemos que recurrir a los programas
para no caer psicológicamente en la desesperación. Buscamos el sentido
de la vida en las regiones para la cual estamos programados, en la política,
en el arte, en la ciencia, o meramente en los placeres sensorios. Según
nuestra disposición innata, encontramos en una cosa u otra la seguridad,
el placer. Y en la seguridad y el placer encontramos los antídotos para
el miedo. Desde luego, todo ello es ilusorio, dependiendo de que en el
segundo siguiente no varíen las cosas y se derrumbe el castillo de naipes
tan afanosamente levantado.
Al no traer programados los factores psicológicos esenciales
para una vida verdaderamente humana,
y al no poder programarnos para ellos por ningún medio, quedamos a merced
de los otros factores psicológicos que sí están profundamente grabados
desde hace miles de años en estratos más o menos destacables de nuestra
ciencia. Y la manera en que está programación llega al centro de
reconocimiento, es distinta de la que caracteriza a la programación biológica
o a la práctica. La biológica también posee su centro de reconocimiento:
"uno" siente que tiene hambre, sed, frío, calor, etc. En todos ocurre
igual. Eso es sano, está en su lugar. Pero el centro personal de
reconocimiento psicológico - "yo" ambiciono, "yo" odio, "yo" envidio,
"yo" deseo, etc.- está fuera de lugar. Es un mero resabio de la
herencia instintiva animal, es parte de nuestra naturaleza psicológica
que debe ser comprendida y disuelta a fin de que otra cosa pueda actuar
en ese ámbito.
Eso es el "conócete a ti mismo"; es el modo en que
la ley de responsabilidad ejerce su acción en la conciencia. Es un llamado
que no procede de ninguno de los estratos programados. "Conócete a ti
mismo" es sinónimo de "sé libre, sé responsable". El acto de escuchar
ese llamado no pasa por el centro psicológico de reconocimiento personal.
No puede ser "reconocido" porque no entra en los circuitos de lo programable,
en los circuitos del tiempo mental. No puedo reconocer como "mía" la responsabilidad
que me concierne, la libertad. Soy un ser
humano libre, responsable, si no actúan en mí los programas psicológicos
que tienen su centro de reconocimiento en la conciencia. O sea, si la
conciencia se ha vaciado de todo el contenido que constituyen esos programas.
Esto de la "conciencia vacía" no puede entenderlo el
cerebro más que como una formulación fantástica y sin posibilidad alguna
de concreción factual. El cerebro se alimenta de datos, ideas, conclusiones;
compara, deduce, infiere de sus registros. ¿Qué puede significar, para
el cerebro, una conciencia vacía? Solo el estado de inopia mental. El
cerebro solo puede pensar a partir de sus programaciones, en todos los
órdenes, tanto desde el punto de vista fáctico como del psicológico. Primero
tiene que programarse, luego piensa. El pensar es un movimiento del sistema
y en el tiempo. El pensar está condicionado por los programas de los
cuales se deriva. Si cambia el programa, cambia la índole de los pensamientos
que emanan del cerebro.
El 'pensador' es un programa en movimiento -el movimiento
del pensar. Existe cuando el programa opera algunas de sus partes. Entonces
el movimiento del pensar aparece en el centro de reconocimiento de la
conciencia como el 'yo pienso'.
El 'yo' es el centro de reconocimiento. No es una entidad psicológica
independiente o autónoma que está ahí y piensa o no piensa. El
'yo' es el movimiento mismo del pensar que se manifiesta como "la personalidad
diferente y separada" en ese centro de reconocimiento que es común a toda
la especie y actúa en cada una de las partículas individuales que la componen
asumiendo, en cada una de ellas, las características "históricas" que
se derivan del tiempo personal. 'Yo' me siento 'diferente' porque 'mi'
memoria personal contiene una combinación de datos -conocimientos, recuerdos
de placeres y dolores, etc.- que otorgan un matiz distinto a 'mi' envidia,
a 'mi' ambición, a 'mi' odio, a 'mi' amor, etc. Cuando pienso, no soy
un pensador que piensa, soy el pensamiento que, al operar desde mis programas,
se reconoce como el "pensador" en ese centro de reconocimiento de la conciencia.
Ese "pensador" existe, entonces, únicamente como resultado del pensamiento,
el cual es la respuesta de los programas -el tiempo mental, el pasado-
a los estímulos de la existencia.
Es posible que por esa vía el ser humano pueda captar
psicológicamente algo de manera directa, como capta sensorialmente por
contacto directo aquello que toca. Al menor estímulo que pulsa la psique,
reaccionan instantáneamente los programas, y 'yo' pienso la vida según
esos programas. No la percibo.
El pensar es siempre fragmentario, no se puede pensar holísticamente y
luego desarrollar un pensamiento que exprese o intente expresar y tornar
comunicables esas percepciones. Pero el 'pensar holístico' es una fantasía;
la propia naturaleza temporal y material del pensamiento lo hace imposible.
Cuando la ley de responsabilidad opera activamente
en un ser humano, lo hace como consecuencia natural de una percepción
no fragmentada del vivir, una percepción que no pasa por el centro de
reconocimiento personal de la conciencia. La conciencia del ser humano
verdaderamente responsable, no es la vieja conciencia cuya denso contenido
es nuestro pasado individual, familiar, racial, tradicional, instintivo,
etc., con toda su intrincada red de circuitos programados operando permanentemente,
sin cesar durante las 24 horas del día. En esa vieja conciencia no tiene
cabida lo nuevo, lo creativo. No hay espacio, no están dadas
las condiciones para que aquello ocurra.
La percepción es el silencio dinámico, activo. En ese
silencio actúa la inteligencia, ese silencio es la inteligencia en acción. Cuando la mente es una colmena donde
miles y miles de abejas-pensamiento zumban sin descanso, ni hay silencio.
El silencio es el espacio mental. Tal como el silencio no tiene límites,
tampoco los tiene el espacio que el silencio crea. La conciencia del silencio
es una conciencia vacía de los
pensamientos que la limitan. Esa conciencia -hay que llamarla conciencia-
es la que percibe lo total. Y en esa conciencia, en esa dimensión psicológica
humana actúa la ley de responsabilidad.
Pero esta ley no 'comienza' a actuar una vez que se
hace el silencio y la conciencia se ha vaciado de sus contenidos, de sus
programas psicológicos. La acción de esa ley es la que impulsa al ser
humano hacia el campo de la seriedad, de la profunda investigación de
vivir. Es la que induce en la mente el estado meditativo. Es al acción
de esa ley la que vacía la vieja conciencia de sus contenidos y convierte
a un ser humano en responsable. Todo lo que ocurre en ese sentido, desde
el primer movimiento que se opera en la mente, es la acción de la ley
de responsabilidad. No soy "yo", no es el centro de reconocimiento el
que se ha propuesto ser responsable y lo ha logrado reemplazando unos
programas por otros. Eso es absurdo, es la vieja trampa del pensamiento
que se persigue a si mismo. Por eso han fracasado las religiones y todas
las teorías y sistemas que han intentado 'reprogramar' la mente humana.
Se puede modificar programas de superficie y sustituirlos por otros programas
, pero la programación psicológica profunda, los miles de años que llevamos
enquistados en la conciencia, son modificables por sustitución. Nada se
puede 'reprogramarse' ahí. O esa programación se desactiva por completo
liberando a la mente de todos sus condicionamientos psicológicos individuales
y colectivos, o será esa programación la que rija, en cualquier circunstancia
todos los movimientos que se reconocen a sí mismos en el centro de la
conciencia. La mutación psicológica es el fin del proceso que construye
y reconstruye permanentemente la personalidad egocéntrica.
Es comprensible que fracasen de hecho todos los intentos
por cambiar la propia estructura mental, si esos intentos activan, de
uno u otro modo, los circuitos superficiales o profundos de nuestra programación
psicológica para el miedo y la búsqueda afanosa de seguridad y placer
con todas sus complicadas ramificaciones. Esos circuitos tiene miles de
millones de años. Son no solo el tiempo del hombre, son el tiempo de la
Tierra. Cuando la ley de responsabilidad se abre camino -por así decir-
en la consciencia, otra dimensión que no es el tiempo con su continuidad,
comienza a ejercer su acción en nuestra mente. Lo que concierne a la vida
y a la relación del ser humano consigo mismo y con cuanto lo rodea, deja
de ser "pensado" fragmentariamente y es percibido holísticamente. Y eso
es natural, tan natural como la sucesión de las estaciones, la salida
y la puesta del sol, el movimiento de los astros o la migración de los
pájaros. Es natural en el ámbito psíquico del cosmos, ámbito que tiene
su expresión activa en la humanidad -siendo la humanidad cada ser humano.
La ley de responsabilidad actúa a través de cada ser
humano, no de la colectividad. Una sociedad responsable es una sociedad
de seres humanos responsables. Solo entonces puede hablarse de la importancia
del individuo en la sociedad - cuando los seres humanos que la componen
no son entidades programadas psicológicamente todas
de la misma manera, aisladas en sus centros de reconocimiento personal,
a través de los cuales viven la ilusión de ser diferentes y únicas, de
estar separadas. Esa es la falsa y destructiva individualidad, el individualismo
egocéntrico. El verdadero individuo lo es en el sentido de que en él actúa
-y al actuar en él, opera en la humanidad- la ley psicológica de responsabilidad.
Entonces todo se ordena por si mismo, ocupa el exacto lugar que le corresponde.
La libertad incondicionada, la inteligencia impersonal, la bondad, el
amor, no son meras aplicaciones de "mejoramiento espiritual". Son factores
vitales que operan en la conciencia liberada de sus añejas programaciones.
Solo hay lugar para "eso". Curiosamente, el espacio mental del silencio
es impenetrable para el tiempo. Por tanto, no puede ser ocupado por el
pensamiento psicológico. La existencia de los programas mentales depende
de su posibilidad de operar. Cuando no pueden operar a través del pensamiento,
porque este no tiene un centro personal donde reconocerse, los circuitos
programados se desactivan por falta de energía. Puesto que se realimentaban
de si mismos. Toda la energía disponible que ocupa ahora el nuevo espacio
de la conciencia. Y esa energía no fragmentada es la que opera.
El Quinto Hombre
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