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Revista Digital de El Quinto Hombre
REVISION DE DESCARTES, UN INCUNABLE
Por José M. Peman - España
Rene Descartes
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El genio de José María Pemán en la década del 20
analiza a otro genio creador del cartesiasmo. Aquí se analiza con
profundidad sus pensamientos y conjeturas dejando que los cartesianos
se hicieron más cartesianos que el propio creador de esa orientación.
Para pensar, coleccionar. Se puede tomar como "un incunable". |
El filósofo francés
Jacques Maritain publico hace poco un volumen sobre Descartes. Era un
libro que hacía falta. Porque ocurre con estas grandes figuras del pensamiento,
sobre todo con los grandes filósofos, cuyos nombres son muy citados y
cuyas obras son poco leídas, que, a medida que el tiempo corre, la fresca
y directa visión de su obra y persona pasa a ser sustituida por la seca
abstracción histórica o su encasillamiento ideológico.
Así se dice, por ejemplo,
que el Duque de Rivas es padre del romanticismo español. Y así, en la
misma proporción que su vida se aleja y su obra se olvida, el duque empieza
a ser considerado como un poeta rebelde, introductor de anarquías; cosa
lejísima a la realidad, pues el duque es un clásico que, al volver de
un viaje a París, hizo, casi sin querer un poco de romanticismo. Pues
del mismo modo se dice también, y se repite mecánicamente, que Descartes
fue el padre del racionalismo. Y así sustituyendo al directo conocimiento
de sus obras, la sugestión de esa simple frase de ese encasillamiento
y ese papel que se le atribuye en la historia del pensamiento, se suponen
estas dos consecuencias:
Primera: Descartes liberó la razón humana del Dogma; o sea; declaró
a la Razón libre, independiente, mayor de edad y exenta, por lo tanto,
de la sujeción y tutela de toda creencia impuesta a ella desde afuera.
Segunda: Descartes sustituyó el argumento de autoridad, magister
dixit de los escolásticos, por el libre examen, y a partir de él la fe
en Aristóteles pasó a ser revelada por la fe de la razón en sí misma.
Con estas dos conclusiones
rutinarias, están elaboradas casi todas las apologías o dicterios que
desde hace un siglo, articulistas, ensayistas y oradores tratan a Descartes.
En la vistosa síntesis histórico-filosófica era ya punto obligado lanzar
sonoramente su nombre como poste indicador de un recodo violento o asterisco
separador de un nuevo capítulo. Lo mismo el racionalista, en son del elogio,
que el tradicionalista , en son del anatema, después de pintar la Edad
Media dogmática y escolástica, tomaban resuello, y decían magníficamente:
"Pero entonces, vino Descartes.". Por eso hacía falta este libro de Jacques
Maritain. Para volver, un poco, al Descartes verdad, demasiado sustituido
por el Descartes de papel, para uso de ensayistas y de oradores. Porque
el clisé de este filósofo libertando de golpe, la Razón del Dogma y sustituyendo
el "argumento de autoridad" por el "libre examen", resulta demasiado fácil
y simplista: demasiado influido por una proyección hacia atrás de su posterior
clasificación erudita. No existe en el mundo del pensamiento, como tampoco
en el de la materia, la generación espontánea. En la realidad no ocurren,
como en los libros de texto, esas cosas violentas, esas vueltas rápidas,
esos cortes decisivos, así como en las comedias el poeta que se presenta
con melena y chalina, o el ingles que sale con salakof y monocle, nos
parecen demasiado poeta o demasiado inglés; así en los libros de texto,
el Descartes padre del racionalismo, nos parece. demasiado padre del racionalismo.
El libro de Maritain nos invita,
pues, a despertar un poco del tópico y revisar nuestro Descartes escolar
y manual. Es higiénico para el pensamiento colocar, de ves en cuando,
a los extremos de las frases demasiado repetidas y de las conclusiones
demasiado vulgares, la modestia de dos signos de interrogación. Agámoslo
así con las dos rutinarias interpretaciones de Descartes que antes fijamos;
trasladémoslas de tesis a preguntas, y digamos:
Primero: ¿Efectivamente Descartes es padre del racionalismo porque
declaro la independencia de la Razón de toda creencia impuesta a ella
desde afuera?.
Muy sagazmente Maritain ha
titulado su libro. El sueño de Descartes, y efectivamente, para contestar
bien a esta pregunta, y, en general, para interpretar bien a Descartes,
es muy conveniente tener continuamente entre nosotros el recuerdo de cómo
se produjo, según su propia confesión, el primer alumbramiento de su nueva
filosofía dentro de su alma.
En las notas íntimas y papeles
de su juventud se lee: "X Novemnris 1619: cum plenus forem entbusiasmo,
et mirabilis Scientiae fundamenta reperimem". El 10 de noviembre de 1619,
el filósofo fue lleno por el Entusiasmo y encontró los fundamentos de
la Ciencia admirable. Y, efectivamente, su biógrafo Baillet, que tuvo
ante sus ojos las notas mismas de Descartes, nos cuenta con todo detalle
el extraño y complicado sueño que Descartes tuvo ese día, y que en medio
de raros signos y categorías creyó descubrir los rasgos esenciales de
la futura concepción filosófica que estaba destinado a revelar al mundo.
Esa futura concepción filosófica
era, o ha llegado a ser por azares de su evolución, lo que se llama secamente
el racionalismo. Pero para que este nombre no evoque ideas demasiado soberbias
y levantiscas, conviene que los racionalistas no olviden el episodio,
de donde arranca la genealogía de su doctrina. El racionalismo nació de
un sueño; la nueva filosofía, tan engreída luego de su asepsia de todo
elemento sobrenatural, tan ufana de valerse a sí misma con solo sus medios
racionales, fue hallada por Descartes no en la zona soleada de un razonamiento,
sino en la penumbra de un sueño, de un fenómeno subconsciente.
Y ¿cual es esta revelación
misteriosa, la base y esencia de esa "ciencia admirable", de esa nueva
filosofía que Descartes dará al mundo?.
Una nueva decepción espera
a los racionalistas en la contestación de esa pregunta. En el sueño del
10 de noviembre, entre los varios signos extraños que el filósofo ve,
juega un papel un Corpus poetarum que percibe, durante todo un sueño,
encima de la mesa. Y el filósofo interpreta así este signo: Magis videri
possit, quare graves sentitiae in scriptis poetarum magis quam philoso-phorum.
Descartes ve en la ins-piración de los poetas un medio de descubrimiento
de la verdad incomparablemente más poderoso que la razón de los filósofos.
No se esperaban esto ciertamente los secos racionalistas de hoy, prole
bastarda de Descartes" no se esperaban que, después de tantas proclamaciones
de suficiencia racional, ahora resulte que el "padre y jefe" de ellos,
se fiaba más de la intuición poética que del discurso filosófico..
Y no se crea que esto es una
frase literaria o pasajera de Descartes, ni se pretenda eludir su significación
diciendo, con Huet, que el día del sueño el filósofo debía estar plenus
musto - lleno de mosto - porque es el caso de su filosofía, tan desfigurada
por sus pretendidos seguidores, es una plena realización de esa postura
inicial.
Porque Descartes nos hace,
sí, entrar dentro de nosotros mismos para encontrar en nuestro interior
el origen de todo conocimiento y el arranque, pues, de toda la ciencia
y de toda la filosofía. Pero esa entrada dentro de nosotros mismos nos
hace encontrar, como se ha interpretado luego, en nuestro interior una
pizarra totalmente limpia por la esponja de una duda total, para que en
ella nuestra Razón, con mayúscula, independiente y soberana, empiece a
escribir libre en toda su gestión, la verdad de sus descubrimientos. Nada
de esto. Descartes nos hace entrar dentro de nosotros mismos para encontrar
en nuestro interior lo que se llama naturalezas simples, o sea, aquellas
ideas innatas y átomos de evidencia que Dios a colocado en nosotros, y
cuya certeza depende no como en Santo Tomás, de su correspondencia con
el objeto externo, sino de la garantía y fianza de la misma infalibilidad
de Dios, que es quien ha puesto en nosotros esas silvestres semillas de
la verdad.
¿Qué son, pues, estas ideas
innatas sino artículos y fragmentaciones de una verdadera revelación individual?
¿ A qué se parece esa forma de conocer digno a la intuición angelical,
mucho más que el discurso racional? Cuando Descartes rechaza el silogismo
escolástico y pretende sustituirlo por una sucesión de intuiciones discontinuas
y de intelecciones sin discurso, ¿quien queda más cerca de la Razón, Santo
Tomás con su lento y discursivo avance silogístico, o Descartes con sus
brincos intuitivos, de ambiciones casi angélicas?. El cartesianismo nació
de un sueño, y a cada instante se acuerda de su nacimiento; porque más
tiene de sueño místico que de construcción racionalista esta doctrina
del conocimiento.
Desde su primer paso parece
gravitar sobre el racionalismo esa burla, irónico castigo de su orgullo,
de ir a dar con la superstición mientras más busca lo simple y laicamente
racional. Sueños, revelaciones privadas, intuiciones angélicas: ese es
su origen. ¿Cuál será luego su derivación?. Será llegar a un positivismo
que Augusto Comte reviste ridículamente de ritos y ceremonias religiosas,
o a un escepticismo que Oscar Wilde soñaba en organizar en religión y
secta, en la que "ante un altar en el que no ardiese ningún cirio, un
sacerdote, cuyo corazón no supiere de paz, celebraría con pan sin consagrar
y un cáliz sin vino".
No lo olviden los racionalistas.
Su filosofía, con su aparente ufanía de laicismo y suficiencia, ya siempre
por el borde de la superstición y el misticismo. Ya su propio padre, su
Descartes, cuando nos manda entrar en nosotros mismos para encontrar el
origen de toda la ciencia, nos manda a cerrar los ojos y tapiar las orejas,
el cree que va simplemente a filosofar, pero, en realidad, va a rezar:
a pedir que advengan a él las ideas innatas, las angélicas intuiciones
de la Verdad.
Si; la entrada en sí mismo
es una actitud de típica ascendencia religiosa. Es casi la actitud religiosamente
diferencial del Occidente, frente al Oriente. Cuando San Agustín define
el spiritus sive animus como aquel ente que puede entrar en sí mismo,
existe segregado del resto del Universo, San Agustín traza una de las
grandes rayas demarcadoras del mundo espiritual; acota el personalismo
occidental frente al panteísmo oriental. Desde entonces el mundo occidental
siguió entrando en sí mismo para entrar dentro de sí, no su razón humana
sino su participación en la razón universal: la revelación de Logos. Pues
bien, Descartes no fue más allá de esta actitud al encerrarse en sí mismo
para rebuscar sus ideas innatas. Su actitud, lejos de ser en eso revolucionaria,
fue, en cierto modo, reaccionaria en relación con la actitud de un Ockan,
que dos siglos antes había afirmado que, siendo la esencia de la divinidad
omnipotencia, o sea, arbitrariedad y libre arbitrio, la necesidad racional
que el hombre encuentra al entrar en sí no puede ser participación de
Dios, sino mera propiedad de los conceptos humanos: mero imperativo del
funcionamiento mismo de su máquina intelectual.
Y vamos ahora a la segunda
tesis del cartesianismo vulgar y manual, transformada en pregunta:
Efectivamente ¿Descartes sustituyó
el argumento de autoridad por el libre examen, y la fe de Aristóteles
por la fe en la razón?
El anterior clisé simplista
y fácil, que nos pinta a Descartes como liberador de la Razón frente al
dogmatismo lleva implícito este segundo, que redime el examen libre e
individual de la tiranía del magister.
Pero casi todos estos clisés
libertarios y emancipadores son siempre exagerados, lo mismo en la historia
del pensamiento que en la de las pruebas. La libertad suele ser una consecuencia
que resulta de estas u otras causas, no un propósito que conscientemente
se propone y realiza una persona.
Es una simplísima y vulgarísima
visión de la histórica esa que hace derivar el libre examen en materia
filosófica de Descartes, y en materia religiosa de Lutero. Melanchton
y sus seguidores como si se tratase de una mercadería patentada que éstos
idearon y pusieron en circulación.
No hay tal cosa. Los fundadores
de la Reforma protestante no eran libertarios, sino dogmáticos. Llevaban,
si inconscientemente en sus audaces doctrinas sobre la interpretación
de la Biblia el germen del libre examen; como el de todas las libertades
y anarquías; pero estos no enseñaron estas y aquel de un modo directo
y con un defino propósito. En el protestantismo de nuestro Balmes pueden
verse numerosas y expresivas citas de Lutero, de Melanchton, de Zvinglio,
de todos los reformadores, que revelan el terror de ellos al ver el inesperado
ensanchamiento de su ejemplos libertarios. "De todo esto -decía Melanchton-
resultará una libertad de ningún provecho a la posteridad. Melanchton
veía nacer, por momentos, el libre examen; lema de toda una nueva época.
Pero lo veía nacer no de él, sino frente a él: como un rebote de su mal
ejemplo.
Y este mismo es, en el terreno
de la filosofía, el caso de Descartes.
Hemos visto que Descartes
retrae el origen de todos los conocimientos y de toda la ciencia a estas
naturalezas simples o ideas innatas que Dios a puesto en nosotros. Ahora
bien: si estas ideas han sido puestas en nosotros por Dios, si su certeza
se basaba exclusivamente de la propia infabilidad de Él, que nos lo ha
dado, sin que para nada tenga que depender de los objetos exteriores,
es evidente que esas ideas innatas son idénticas e invariables en todos
los hombres, es evidente que, relegándose dentro de sí para encontrarlas,
sin contaminación ni sugestión alguna exterior, según el método cartesiano
todos los hombres obtendrán la Sciencia admirabilis, única, inmutable,
infalible. ¿Cabe cosa más opuesta al anárquico individualismo del libre
examen, a cuya cabeza, como jefe de motín, se quiere colocar a Descartes?.
Descartes en filosofía, como
los reformadores protestantes en religión. Es solo indirectamente y de
rebote, padre del libre examen. Como casi todos los iniciadores de ideas
libertarias, quiso la libertad para sí, no para los demás. El sí, recibió
la "Ciencia admirable", en una introspección libre e individual, pero
la recibió como un "mensaje" que él había de comunicar al mundo y el mundo
había de recibir y admirar. El negaba a Aristóteles pero para ponerse
él en su lugar y ser él el Aristóteles de la moderna filosofía. No se
trataba de rechazar de plano todo magister dixit: se trataba, más bien,
de discutir quien había de ser el magister. El libre examen, pues, también
en este caso no nació de Descartes, sino contra Descartes. Todos los posteriores
filósofos han sido cartesianos en el sentido irónico de que han arrogado
individualmente el derecho mismo que arrogó Descartes a encontrarlo todo
en sí y empezar, otra ves, desde la nada la duda total.
Nada más lejos todo esto del
clisé simplista y escolar del Descartes iniciador consciente de toda una
nueva y libre era filosófica, y padre feliz de numerosos hijos. Todo lo
contrario. El quiso darle a las nuevas y futuras generaciones, con su
"Ciencia admirable", una revelación total, cerrada y prieta, que ahogara
toda nueva y futura revisión, con sus absorbentes pretensiones de Verdad
total. Y, lejos de eso, lo que consiguió fue abrir la brecha de todas
las revisiones individualistas, de todas las quimeras, de todos los sueños.
El Quinto Hombre
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