Revista Digital de El Quinto Hombre
LAS PILAS DE BAGDAD Y LOS CUARENTA LADRONES
César Reyes - Argentina
Eran parte del tesoro de la civilización antigua
que hace poco fue el objeto de saqueo y destrucción del Museo Nacional
de Irak en Bagdad. Tenían el aspecto de simples vasijas de barro; pero
ponían en evidencia que la utilización de la electricidad no era desconocida
hace milenios.
Corría el año 1939 cuando el arqueólogo alemán Wilhelm König encontró
muy cerca de Bagdad varias vasijas tubulares de barro con los cuellos
recubiertos de asfalto, que contenían, sin excepción, una varilla de hierro
encajada en un cilindro de cobre.
Eran sin duda una auténtica rareza. Y por lo tanto se trataba de
ese tipo de cosas que lo ponen a uno en aprietos a la hora de buscarles
el lugar en la rigurosamente ordenada estantería académica. ¡Ninguna etiqueta
les cuadraba!. Y desde luego, König no tardó en darse cuenta de ello.
Con todo, a poco se le ocurrió una peregrina idea. Pensó que tales
extraños objetos debían de ser en realidad una especie de pilas eléctricas...
¿Pilas eléctricas procedentes de la antigua Babilonia?...¡Cómo!
Por supuesto, el parecer de König - publicado el año siguiente en
Austria, en un artículo donde se describía el hallazgo -, inmediatamente
se le antojó a la mayoría de sus colegas algo del todo extravagante.
De hecho, conforme había quedado registrado en la historia de la
ciencia de manera incontestable para todo el mundo, el inventor de la
pila eléctrica había sido el físico italiano Alejandro Volta (1745-1827),
quien, partiendo de las experiencias de su compatriota Galvani sobre
"electricidad animal", introduce con eso, en consecuencia, el concepto,
ya dinámico, de corriente eléctrica continua; el cual, por lo demás, es
considerado el descubrimiento más notable del siglo XVIII. Conque, ponerlo
en tela de juicio no era en principio poca cosa. Así pues, antes que sólo
una opinión temeraria, la de König parecía más bien la baldía idea de
alguien que había perdido en el camino un tornillo o dos.
Sin embargo, algunos años después, ya terminada la Segunda Guerra
Mundial, un ingeniero norteamericano de la "General Electric Company",
Williard Gray, creyó, no sin razón, que la mejor manera de ponerle fin
a la controversia era por la vía más sencilla de la comprobación empírica.
Y puso manos a la obra. Así, fabricó un duplicado exacto de las antiguas
vasijas, y a continuación lo llenó con sulfato de cobre, en remplazo del
desconocido electrólito original que, claro está, se había disuelto sin
dejar rastro al cabo de dos mil años. Acto seguido, Gray verificó su funcionamiento.
¡Y midió una potencia de un voltio y medio!
En rigor, eso demostraba sin la menor duda por lo menos dos cosas;
la primera: que, efectivamente, los babilonios conocían y de hecho habían
utilizado la electricidad (después, el descubrimiento de milenarios objetos
galvanizados, extraídos en la misma zona geográfica, permitieron conjeturar
que la finalidad de tales pilas
eléctricas era la galvanización; cuya aplicación, según la historia
oficial, no fue introducida hasta comienzos del siglo XIX); y la segunda:
que los "tornillos" de König siempre habían estado en su sitio, sin aflojarse
siquiera... (al igual que los de muchos otros que antes de oír los aplausos
debieron soportar los abucheos de la muchedumbre).
De modo que, al final, las vasijas en cuestión fueron a parar a las
vitrinas del Museo Nacional de Irak, en la ciudad de Bagdad, para ser
exhibidas al público con todo mérito. Y ahí permanecieron durante décadas.
Hasta que, no hace mucho, se produjo el saqueo...
Eso fue casi inmediatamente después del ingreso de las tropas norteamericanas
y británicas; cuando todavía en medio de "la niebla de la guerra" apenas
unas decenas de personas un día, y cientos al siguiente, irrumpieron en
el museo como una horda, llevándose a manos llenas todo lo que pudieron
y haciendo añicos lo que no... Acto atroz e incomprensible que dejó al
mundo boquiabierto; quizá no tanto a causa de la cavernosa oscuridad intelectual
de esa gente que obligada por lo que le tocó en desgracia sólo pudo pensar
con las tripas, como por la
grave irresponsabilidad de las fuerzas aliadas que, mientras esto sucedía
frente a sus narices, miraban de reojo y con los brazos cruzados al igual
que simples turistas curiosos.
¿Acaso se podría haber evitado semejante atropello cultural?. Nos
lo preguntamos todos, claro.
Y la respuesta, de hecho, no parece demandar ninguna complicada estrategia
militar.
¡Un tanque!. Sólo un tanque estacionado frente a las puertas del
museo era todo cuanto se habría necesitado para impedirlo...
Sin embargo, cuando la pregunta sobre si el ejército había cometido
un error al no defender el museo de Bagdad sonó como un trueno durante
una conferencia de prensa del Pentágono, el general Richard Myers, jefe
del Estado Mayor Conjunto, respondió con un lacónico: "Como
todo, es una cuestión de prioridades".
Y probablemente, dicho así, eso traduce con total exactitud el pensamiento
de la administración Bush al respecto. Con lo cual, explica además por
qué el extraordinario tesoro cultural de la antigua Mesopotamia no merecía
ni un solo tanque cuando sí se enviaron dos para proteger el edificio
que albergaba al Ministerio del Petróleo; esto es: el petróleo es una
prioridad, la cultura no...
¿Cuesta entenderlo?. No. Pensándolo bien, notaremos que la retórica
del ignorante es siempre la misma. Ya lo dijo Alfonso El Sabio: "Como el cántaro quebrado se conoce por el
sonido, así el seso del hombre se conoce por sus palabras".
El Quinto Hombre
|