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Revista Digital de El Quinto Hombre
ANTIGUOS ASTRONAUTAS vs. ORNITORRINCOS
César Reyes - Argentina
Cuando a poco de aterrizar en el territorio del norte de Australia
algo así como una veintena de aborígenes salidos de la nada le rodearon
blandiendo sus armas a un tiempo, Hans Bertram comprendió de inmediato
que no se trataba de un comité de bienvenida ni cosa por el estilo. Y
en consecuencia, sentado tieso en la cabina que a la sazón llevaba abierta,
tuvo de pronto la aciaga sensación de que ése iba a ser el último de sus
novelescos vuelos.
Sin embargo, algo inesperado sucedió a continuación. De repente,
el fiero fulgor que había en aquella miríada de ojos remitió para convertirse
en destellos de curiosa atención; y al momento siguiente el grupo comenzó
a retroceder y detuvo por completo su amenaza.
¿Por qué no le atacaban?, era por entonces la pregunta del millón
que se hacía a sí mismo el malaventurado piloto. Y desde luego, no fue
hasta que lo supo que el alma le volvió al cuerpo...
¡Los aborígenes le habían tomado por un dios!
Esto, puesto de otro modo, significaba en realidad que las gruesas
gafas de aviador que Hans Bertram llevaba le habían salvado la vida
a causa de su palmaria similitud con los ojos de aquellos "Seres
Sobrenaturales" que habían hecho su aparición sobre la Tierra
en el mítico "Tiempo del Sueño"
de los australianos, conforme los plasmaron los remotos antepasados
en las milenarias y sagradas pinturas rupestres.
Confrontaciones culturales.
Ahora bien, aunque pueda considerárselo decididamente emblemático,
es oportuno consignar aquí que el caso de Bertram no es por lo demás excepcional.
Muy por el contrario, existe de hecho un abultado anecdotario de sucesos
semejantes que bien ponen de manifiesto cuál es el comportamiento de las
mentes primitivas cuando su umbral de comprensión es abruptamente superado
por circunstancias ajenas a su entorno habitual.
Estrechamente vinculado con el problema de las "confrontaciones culturales", esto es como se denomina a los encuentros
entre una civilización primitiva y otra de gran desarrollo tecnológico,
tales acontecimientos son objeto de estudio para los etnólogos, quienes
han puesto especial atención sobre el particular a partir de la aparición,
a comienzos de la década de 1940, de casos -ya clásicos- de lo que en
la literatura especializada se ha dado en llamar "culto- cargo".
Aludiendo a la expresión inglesa "cargo", utilizada para designar la mercancía,
flete o cargamento de un buque o avión, los "culto- cargo" son una variedad
de creencias nativas aparecidas en el siglo XX a causa de los contactos
personales que tuvieron lugar en varias partes de Micronesia y Melanesia
con la llegada de las tropas americanas de ocupación durante la Segunda
Guerra Mundial.
En efecto, cuando a comienzos de la década del cuarenta miles de
soldados americanos se establecieron en las bases de operaciones dispuestas
en el Pacífico, los primitivos nativos se quedaron viendo atónitos los
aviones que iban y venían portando vituallas y municiones para la tropa.
Conque, recelosos al principio, espiaron a los forasteros y conjeturaron
acerca de todo aquello, sacando luego conclusiones que, por supuesto,
se ajustaron a los acotados límites que tenían sus mentes estancadas en
el neolítico: ¿Quiénes sino los dioses podrían dominar tales portentos?
Así pues, a contar de entonces, los nativos se tardaron lo que una
exhalación para entregarse de lleno a nuevos rituales, procurando con
ello congraciarse con los "dioses"
recién llegados, quienes, provenientes del "celestial
reino de la abundancia", repartían a manos llenas la fabulosa riqueza
que constituían, por ejemplo, las latas de conserva, las gafas de sol
y las linternas...
De manera que primero pintaron sus cuerpos intentando vestirse
como los soldados; se apiñaron en correrías
de entrenamiento cargando enormes
fusiles hechos de bambú; luego construyeron "cajas parlantes" con madera y latas, y colocaron antenas de bambú sobre sus chozas -copiando
las estaciones radiotransmisoras -; y por último hicieron pistas de aterrizaje alisando el suelo,
y con lodo, paja y lianas ¡se fabricaron sus propios aviones!.
Pero, obvio es que el tan ansiado cargo , tras la partida de los soldados,
nunca volvió. No obstante, la tradición y la enseñanza de los ritos, logró
perpetuar la esperanza de un futuro regreso... y, en consecuencia, originó
en estos lugares nuevas religiones...
¿Hoy al igual que ayer?
Probablemente, muchas personas pueden optar por minimizar el valor
religioso de tales cultos contemporáneos en el convencimiento de que sólo
se trata de casos aislados de salvajismo que, más pronto que tarde, desaparecerán del todo cuando
los aborígenes se civilicen. Sin embargo, ese parecer en nada contribuye
al análisis de la cuestión de fondo. Así pues, diremos a continuación
con las palabras de eminente historiador de las religiones, Mircea Eliade,
("Mito y realidad") que: "sería
difícil interpretar toda una serie de actuaciones insólitas sin recurrir
a su justificación mítica". Con lo cual, se impone naturalmente encontrar
una aceptable definición del mito.
En rigor, la tarea no resulta para nada sencilla habida cuenta de
la extrema complejidad del mito en tanto, como realidad cultural, puede
ser objeto de juicios diversos. Pero, como fuere, nos remitiremos de nuevo
al citado Eliade (ídem), quien dice: "el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha
tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los "comienzos".
Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los
Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia...".
Y subraya más adelante: "el mito
se considera como una historia sagrada y, por tanto, una "historia verdadera",
puesto que se refiere siempre a realidades".
Precisando, concluimos entonces que, en el sentido recién expresado,
las conductas rituales referidas al cargo, e incluso la misma deidificación
de los soldados, y en buena parte de lo que le tocó en suerte al piloto
Hans Bertram, se evidencia la "sustancia
mítica" de aquello que es sagrado-porque
es verdadero-porque es real, que sólo comprenderemos como un hecho
de cultura si lo observamos desde la perspectiva histórico-religiosa que
le es propia.
Ahora bien, siendo estas observaciones suficientes, lo que importa
remarcar a continuación es qué tanto podemos inferir acerca del comportamiento
de las sociedades que nos precedieron hace milenios; echando seguidamente
una mirada retrospectiva hacia los albores de la humanidad, cuando nuestros
prístinos antecesores abandonaron por fin su aburrida dieta de bananas
y se pusieron a atisbar un nuevo horizonte, descubriendo a poco las siluetas
de los dioses recostadas contra el inefable cielo tachonado de estrellas.
Al respecto se ha planteado a menudo, y grosso modo, que la verdadera
identidad de esos dioses hay que buscarla en los fenómenos naturales mal
interpretados. Sin embargo, lo cierto es que el problema es bastante más
complicado que eso. Y tanto es así que de hecho es el admirado prehistoriador
francés Andre Leroi-Gourhan ("Iconografía e interpretación") quien sostiene
que: "Sea lo que fuere, lo que muy
frecuentemente se ha dicho sobre el simbolismo religioso, existe, indudablemente,
otro móvil cuya complejidad está bien probada en todas las sociedades
más recientes, por poco que se las conozca en profundidad: es el simbolismo
social" (respecto del cual el autor hace mención sobre sus diferentes
formas, entre las que incluye la "conmemoración
de un acontecimiento-hito"), para culminar sentenciando que: "es difícil saber en el arte paleolítico, al
igual que en el pos-glaciar, si las figuras de "hechiceros" o de "deidades"
no pretenden perpetuar la imagen de un devoto señalado, dado que la exaltación de los grandes viene a resolverse
corrientemente con su deidificación, es decir, sublimándolos a deidad".
Con esto, tal como se entiende, lo que Leroi-Gourhan nos pone en
claro es que, por lo menos en el campo de las artes históricas, el testimonio
iconográfico en su totalidad puede muy bien admitir la presencia de dioses
de carne y hueso sin hacerle ascos.
Pero aun así, y más allá de eso, nada parece explicar del todo el
porqué de ciertas rarezas estéticas que se ven por doquier simbolizando
la inequívoca entidad sobrenatural de algunos personajes.
De ninguna manera simple sin duda, tal interrogante parece requerir
en alguna medida la necesidad de edificar por sí mismo sus propias fuentes
de conocimiento. Lo que, en definitiva, nos acerca al método que emplea
la etnografía frente a los hechos que ésta describe, como bien señala
el reputado Marcel Griaule ("El método de la etnografía") cuando dice:
"El etnógrafo, cuando escruta una
sociedad sin escritura, no dispone más que de un pasado restringido, el
que conserva la memoria de los hombres y que, muy pronto, penetra en
el tiempo mítico" -y añade que, no obstante- " En casos privilegiados, pero de vastas consecuencias, detectará pruebas
tan convincentes como las pruebas escritas".
Por lo tanto, si lo que se desprende de todo esto es que aquellas
aludidas rarezas estéticas podrían, eventualmente, estar revelando, del
modo más fidedigno, atributos propios -pero incomprendidos- de seres
cuya verdadera existencia es evocada a través de los mitos - en tanto
éstos hagan referencia a esa realidad-, nos preguntamos si acaso la posibilidad
que anida en la provocativa idea de que los dioses del mundo antiguo podrían
ser visitantes extraterrestres vendría a convertirse en una hipótesis
preliminar lo suficientemente plausible como para comenzar una investigación
seria.
Hipótesis y reunión de hechos adicionales.
En este sentido debe admitirse que, como muy bien nos lo explica
Irving Copi ("Introducción a la lógica"): "Toda
investigación seria comienza con algún hecho o grupo de hechos cuyo carácter
problemático atrae la atención del detective o del científico y con los
cuales se inicia todo el proceso de búsqueda. Habitualmente, los datos
iniciales que constituyen el problema son demasiado escasos como para
sugerir por si mismos una explicación totalmente satisfactoria, pero pueden
sugerir -al investigador competente - alguna hipótesis preliminar que
lo conduzca a la búsqueda de hechos adicionales. Se espera que estos
hechos adicionales sean pistas importantes para la solución final. El
investigador inexperto o chapucero - continúa Copi - ignorará a todos,
excepto a los más obvios de ellos; en cambio -concluye - ; el trabajador
cuidadoso tratará de ser completo en su examen de los hechos adicionales
a los que lo ha conducido su hipótesis preliminar".
Claro que a veces no es tan fácil, como a lo mejor cabría suponer,
hacer una descripción de los acontecimientos pasados que resulte satisfactoria
desde cualquier punto de vista. Y por consiguiente, nuestro mejor esfuerzo
estará en sortear, entre otras dificultades, la intrusión de factores
subjetivos, que se encuentran tanto en la esencia misma de todo pensamiento
dogmático como en la actitud de inercia frente a lo que es universalmente
aceptado por la ciencia.
No obstante, en cualquier caso se estará de acuerdo con Gastón Bachelard
("El racionalismo aplicado") cuando dice: "El empirismo comienza con el registro de
los hechos evidentes, la ciencia denuncia esa evidencia para descubrir
las leyes ocultas. No hay ciencia más que de lo que está oculto".
Conque, ¿qué hay oculto tras los hechos evidentes?. ¿Qué, para que
sea de algún modo convincente la hipótesis de que los dioses de antaño
serían visitantes extraterrestres?. ¿Podemos hablar de antiguos astronautas como hipótesis preliminar?
¿Ornitorrincos?
Al respecto, dicen a menudo los más conspicuos escépticos que todo
se trata de pura charlatanería. Que por muy provocativa que sea, la hipótesis
de que nuestro planeta fue visitado por extraterrestres en alguna época
muy remota no es en absoluto verosímil. Y con eso afirman, además, que
nada del testimonio iconográfico que abunda en el campo de las artes históricas
tiene otro valor probatorio que el de las pruebas psicológicas proyectivas;
es decir: que cada quien puede ver en una imagen lo que desee...
Así pues, como sostuvo alguna vez Carl Sagan ("La conexión cósmica")
a modo de explicación alternativa: "La representación de seres con cabezas grandes
y alargadas, que se parecen a cascos espaciales, podrían muy bien ser
versiones artísticas de unas máscaras ceremoniales que cubren la cabeza
normal o expresiones de una excesiva hidrocefalia".
Ilustrativa y meritoria, si se quiere, esta opinión está, no obstante,
bien lejos de lo incontestable. Incluso admitiendo sin reservas que "la
palabra "imagen" no designa más que una entidad figurativa capaz de tolerar
los más variados contenidos ideológicos", como sentenció Andre Leroi-Gourhan
("Iconografía e interpretación"). Porque, siguiendo de nuevo al reconocido
prehistoriador (ídem), "en la base, el arte no aporta al prehistoriador otra cosa que la certidumbre
de una actividad simbólica y, esto, sólo a través de una reconstitución
del contexto en el que es posible hablar, pongamos por caso, de mitos
o ritos", (con lo cual)..."el
testimonio en bruto es normalmente ambiguo y su significación evidente
es, por lo general, de un grado tal que no ofrece más que un aprovechamiento
intelectual limitado (y)... no aporta precisión alguna real en un mundo
iconográfico..." Mundo en que, por lo demás, como señala también Leroi-Gourhan
("Los hombres prehistóricos y la religión"), "las figuras paleolíticas son, esencialmente, representaciones de... (animales
y símbolos genitales aparte) seres humanos relativamente raros".
Así las cosas, podría inferirse entonces que rechazar sin más ni
más una interpretación, acusando al autor de haber emitido una idea vana,
por mero desacuerdo ideológico, supondría la anuencia para que, del mismo
modo, aquel que no simpatiza con, digamos por caso, los ornitorrincos, concluya apresuradamente:
"La representación de seres con cabezas casi redondas y mandíbulas ensanchadas
y cubiertas con una lámina córnea, que se asemeja al pico de un pato,
pies palmeados y cuerpo y cola cubiertos de pelo gris muy fino, podrían
muy bien ser versiones artísticas de un disfraz de Noche de Brujas que
vestía el Pato Lucas para asustar a Elmer El Gruñón".
Absurdo, por supuesto.
El Quinto Hombre
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