Revista Digital de El Quinto Hombre
LOS EFECTOS DEL SONIDO
Por Terence McLaughlin
(Inglaterra)
Hasta hace poco las curvas de la Música y la Ciencia no parecían cortarse
más que en un punto, puerta de entrada para proyectar instrumentos musicales.
Y sin embargo, últimamente el mundo científico se está interesando por
los efectos de orden físico y mental que ejerce la música sobre el ser
humano y muy en particular por sus terapéuticas.
Aunque probablemente se remonte
a los tiempos de Pitágoras en el siglo VI a. C. La alianza establecida
entre la Música y la Ciencia siempre ha seguido un cauce cambiante y tortuoso.
Los músicos percatándose sin duda del misterio que
encierra su arte, rechazan los grandes trabajos de análisis racional sobre
el tema, poseídos por el temor de que desvelen el arcano musical y los
destruyan sin reemplazarlo por otro punto álgido de en tonos al que girar.
Dos grandes físicos, Helmholtz y Sir James Jeans, que contribuyeron sobremanera
a crear una explicación de la armonía y variedad de los tonos, fueron
objeto de fieras diatribas por parte del gremio musical y los que hoy
en día nos movemos por el ámbito de la Estética y la Ciencia ya estamos
acostumbrados a la acusación de estar echando leña al fuego que más vale
no encender.
Claro que la ciencia siempre puede ser doncella de
cámara de la música: los modernos avances realizados en el campo de los
instrumentos musicales les hubieran sido imposibles sin los estudios de
Acústica que llevo a cabo Helmholtz, y gran parte de los sonidos generados
actualmente provienen de focos exclusivamente electrónicos. Las Ondas
Martenot y los instrumentos Theremin que aprovechan armoniosamente la
maldición de los radiotécnicos, el llamado "pitido heterodino", van siendo
enmarcados en el dominio frontal de la música y existen ahora sintetizadores
que engendran el caudal sonoro de una orquesta sinfónica en coloridos
cromáticos a veces conocidos y a veces inéditos. Ya se han confeccionado
muchos programas para que los ordenadores compongan música y si bien las
obras resultantes se distinguen normalmente por su carencia de interés
y originalidad, no faltaron quienes, como Xenakis, ingeniero y compositor
griego y otros, adujeran que la escasa brillantez de las piezas se debe
a falta de inspiración en los programadores y no a un error de concepto
en la composición musical con un ordenador.
Pero aunque este conjunto de actividades constituya
un estímulo mental para el compositor y el amante de la Música, no pasa
de ser la de una nueva técnica al arte tradicional. Admitiendo que los
aparatos electrónicos den sonidos imprevistos y sorprendentes matices
cromáticos, facilitando efectos rítmicos de difícil ejecución para la
mano del Hombre y poniendo a disposición del compositor nuevas posibilidades
de control sobre la interpretación de su obra, el acto elemental de la
composición sigue siendo, igual que antes, un proceso inconsciente del
espíritu. Esta idea se plasma en la invención de las válvulas rotativas
para los instrumentos de metal y el teclado de Boehm para los de viento
de madera en el siglo XIX, que abrieron un nuevo horizonte para los ejecutantes,
poniendo a su alcance secuencias de notas imposibles de ejecutar previamente
y, por ende, ampliando el campo de acción del compositor, pero sin cambiar
de por si la naturaleza implícita en el trabajo creativo de éste.
Pese un nuevo enfoque científico está brotando e invadiendo
el pentagrama, soterrada y sigilosamente en vista de los prejuicios anti-ciencia
que son firme valuarte de los músicos. No aborda la ampliación de repertorio
sónico para el compositor sino más bien investiga las razones que impulsan
a elegir determinados grupos de notas y analiza los efectos físico y mental
que los mismos producen en el oyente. Ya se había intentado realizar este
tipo de análisis incluso en 1797 cuando el compositor belga Grétry notó
que el tiempo musical podía afectar el ritmo cardíaco de una persona y,
más tarde, en 1880, cuando el escritor Edmund Gurney publicó un libro
notabilísimo llamado The Power
of Sound en que se describían por primera vez detalladamente las reacciones
que experimentaban las personas ante la música; no obstante, casi toda
la tarea cuantitativa se ha efectuado en el transcurso de los últimos
años
Cronología fundamental
Todos sabemos que al escuchar una marcha o un ritmo
popular tendemos a aligerar el paso en sincronía pero los efectos de la
música sobre la cronología del organismo van aún más allá. Una melodía
rápida y alegre llega a hacernos subir el pulso un 22 por ciento y el
ritmo respiratorio un 50 por ciento mientras que los compases lentos o
trágicos los frenan. En una zona intermedia alrededor de las 75-80 pulsaciones
por minuto, se encuentra un tiempo que casi todos consideran "neutral",
ni lento ni rápido, y este es el que menor efecto ejerce sobre las pautas
bio-orgánicas. Es de resaltar que este período, correspondiente a una
recepción unitaria de 0.75 segundos (s), parece ser el elemento cronológico
fundamental para los diversos procesos que se desarrollan en el cuerpo
y en la mente, aproximándose al período medio con que late el corazón
(0.8 s.), al "cardiorregulador" en el seno sino-atrial (0.8s), al promedio
de tiempo que llevan sencillos procesos mentales como la asociación de
dos palabras (0.75s) y al tiempo medio de reacción de entre los estímulos
sonoros (0.75s).
Para el músico en activo las cosas se complican con
la aparición de otro factor: las cifras anteriores son válidas para adultos
en tanto que niños y adolescentes poseen pautas orgánicas de ritmo cronológico
más aceleradas que cambian el concepto de tiempo "natural". Digamos a
modo de ejemplo que el pulso de un niño de cuatro años ronda los cien
latidos por minuto y a veces supera este valor sin que descienda a 75-80
hasta la etapa tardía de su adolescencia. En consecuencia, lo que para
un pequeño melómano del "pop" no es más que un ritmo suave suena a sus
padres como un veloz escándalo alocado y a la inversa, las notas que estos
encuentran excitantes son para el jovencito música de entierro.
También se han estudiado otros aspectos de la música
y en un plano físico casi todos los entendidos concuerdan que surte los
siguientes aspectos:
1.- Eleva el régimen metabólico.
2.- Puede hacer aumentar o disminuir la energía muscular.
3.- Acelera el ritmo respiratorio (en la mayoría de
los casos, aunque una música extremadamente lenta puede frenarlo) y lo
hace más irregular.
4.- Puede dar lugar a una subida o bajada de presión
y volumen sanguíneo y el pulso, según el tiempo de la melodía y el estado
de ánimo.
5.- Reduce el umbral de respuesta a otros estímulos
sensoriales.
Los efectos que ejerce sobre la mente, más difíciles
de evaluar, resultan todavía más interesantes examinando la interrelación
de la música y el comportamiento humano, pues a veces induce trances similares
a los hipnóticos, por ejemplo, siendo esta la razón por la que se utiliza
profundamente en ritos y ceremonias religiosas de toda índole.
Colores
La música también causa serias alucinaciones y entre
ellas una de las más comunes es el tipo de sinestesia denominada "audición
cromática" en que se oye la melodía mientras se ve una sucesión ininterrumpida
de imágenes; la asociación no se hace de forma consciente, ya que muchos
de los que experimentan estas alucinaciones preferirían oír música sin
"interrupciones" pero se encuentran con que no pueden dejar de lado los
efectos visuales. Yo he recogido muchos ejemplos de alucinaciones inducidas
por la música y parecen adoptar aspectos infinitamente variados: Colores
imaginarios, movimientos, sensaciones al tacto e incluso del gusto y del
olfato.
Por otro lado, cabe preguntarse que efecto tiene todo
esto sobre la tarea de los compositores. Algunos se inclinan por hacer
caso omiso de la, para ellos, horrenda intursión de la ciencia en sus
lares, mientras que otros se han aparecido con presteza del gran valor
comercial que posee intrínsecamente un elemento persuasorio de esta magnitud.
Empresas que se especializan en instalaciones de música ambiental científicamente
compuesta para que ejerza el efecto deseado por el cliente sobre los que
la escuchan. En la ejecución de trabajos sencillos y repetitivos una música
de fondo apropiada eleva el ritmo de producción y aminora el número de
equivocaciones; hay que configurar cuidadosamente el tiempo y el contrapunto
funcional para que se ajusten a las características distintivas de la
cadena en fábrica, pues el ritmo demasiado vivo y apasionante origina
una precipitación operativa de carácter adverso para la rentabilidad de
producción, en tanto que uno excesivamente apagado y monótono repercutiría
igualmente en una pérdida de eficiencia. La música concebida para trabajos
más especializados también contribuye a reducir el número de errores:
con una serie de cintas magnetofónicas disminuyo un 3.8 por ciento el
índice de faltas mecanográficas.
Ciertas clases de música ambiental tienen efectos calmantes
y, por ello se dejan oír en los aviones a punto de despegar, cuando los
pasajeros luchan por reprimir su miedo inconsciente de que las alas se
desprendan del avión; también se transmite música apacible por los altavoces
de grandes supermercados, ya que se ha puesto ampliamente de manifiesto
que con el tipo adecuado suben las ventas incluso un 40 por ciento, probablemente
por la relajación del cliente que se olvida de momento otros compromisos
financieros que pueden asediarle. Las melodías que respaldan los anuncios
televisivos y comerciales de diversos géneros muy a menudo predisponen
el ánimo inconsciente a comprar y adquieren por ello una importancia práctica
mayor que la del texto transmitido en sí.
Con un enfoque más constructivo, también cabe utilizar
las propiedades del sonido a fines de la curación. Ya se cuenta que David
apaciguó las iras de Saúl con los dulces sones del arpa, y en 1890 William
James introdujo la música en las instituciones para enfermos mentales.
La influencia de un aire musical sobre la respiración, por ejemplo, puede
aplicarse a estimular una pauta respiratoria normal en pulmones de personas
asmáticas y los pacientes que experimentan dificultad en coordinar la
función de los músculos como ocurre con los que padecen de padecen la
enfermedad de Parkinson, reciben ayuda para allanarla escuchando esquemas
rítmicos cuidadosamente seleccionado y destinados a fomentar una dinámica
normal en el cuerpo.
La aplicación terapéutica de la música que ha cosechado,
con mucho, el mayor éxito a sido su empleo en el tratamiento de diversas
enfermedades mentales. La acción hipnótica y de comunicación directa que
ejerce la música parece ser sumamente efectiva para calmar un cerebro
desequilibrado e inyectar una dosis de razón en él; a juzgar por los datos
que arroja una encuesta estadística, los terapeutas que hacen uso de
la música se han adjudicado tantas victorias clínicas en el campo de los
trastornos de la mente como los que recurren a la cirugía o las medicinas,
sin la contrapartida negativa de los efectos secundarios adversos producidos
a veces por estos últimos métodos tradicionales.
Los procedimientos empíricos de nuestros grandes compositores
de siempre ya han sido origen eficacísimo de muchas reacciones emocionales
y todo lo que el análisis científico puede hacer de por sí es extraer
del subconciente el proceso creativo musical y presentarlo desnudo ente
nosotros. Es sumamente dudoso que cualquier programador o psicólogo moderno
tenga las cualidades de Bach o Mozart. pero en el sector que hay más posibilidad
de que prevalezcan las notas sintéticas compuestas, valga la frase, según
una "receta", es el del basto suministro comercial de música "pop" y de
fondo que demanda la sociedad en que vivimos y, así mirado, bien pudiéramos
decir que el cambio ha de mejorar el panorama musical contemporáneo.
El Quinto Hombre
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