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Revista Digital de El Quinto Hombre
UN EXTRAÑO CULTO DEL MEDIOVEO EN NUESTROS DIAS
Por Stella Rojas - Argentina
Según las versiones de algunos periodistas que se han
preocupado en describir la extraña tradición de los flagelantes de Santo
Tomás, pueblo de campesinos colombianos, localizado a 45 kilómetros de
Barranquilla, esta institución consuetudinaria se remonta a los viejos
tiempos de las tribus recién dominadas y catequizadas por los conquistadores
españoles.
Santo Tomás es, como la mayoría
de los pueblos del departamento del Atlántico, pequeño, solitario, casi
abandonado. Pero cada año, con motivo de la celebración de la Semana Santa,
este pueblo sucio triste surge a la primera plana de la noticia a causa
de que sus habitantes son portadores de un viejo ritual disciplinario
que, por sus características, es una mezcla de elementos católicos y paganos.
En efecto, estos campesinos humildes de Santo Tomás conservan la institución
de los penitentes que se flagelan el Viernes Santo como un título de prestigio.
Además de la fe sectaria que los caracteriza, saben que son los únicos
en Colombia que atraen la atención nacional por tan insólita pero aceptada
costumbre. El hecho es que todos los años, por Semana Santa, Santo Tomás
se llena de garitas, quioscos, tenderetes, carpas y restaurantes callejeros,
dando la sensación de un centro turístico donde se preparan actos espectaculares.
Las gentes de toda condición
y de los más apartados lugares de la zona acuden a presenciar lo que es,
en realidad, un espectáculo con ribetes tragicómicos. Un testigo de los
hechos que protagoniza Santo Tomás cada año, describe así los preparatorios
para la exhibición de los flagelantes: "Desde cuatro días antes de lo
que ellos llaman Semana Mayor, la población, en medio de su habitual modorra,
manifiesta alegría. El pueblo va a celebrar su fiesta grande. Por las
calles desniveladas y llenas de polvo sus gentes deambulan con un aire
alegre. Mientras van llegando, poco a poco, los camiones viejos con mercancías
en remate y con los más variados objetos: ruletas, circos de pueblo, disfraces,
traganíqueles, victrolas y ollas y calderos para las fritangas". La verdad
es que el espectáculo de los flagelantes de Santo Tomás ha motivado las
más encendidas polémicas entre la iglesia y las gentes de la población.
Las altas jerarquías eclesiásticas han calificado estos ritos como "impíos".
Pero en el pueblo la llegada
del Viernes Santo, es esperada con expectación. Desde bien temprano seis
o siete individuos, con el rostro cubierto con un capuchón que les llega
a los hombros, la espalda descubierta, pies descalzos y un látigo en la
mano, caminan cinco kilómetros por un camino de arena, a pleno sol y dándose
azotes sin descansar. Los penitentes caminan con un paso hacia atrás y
dos hacia adelante. El látigo es de cuero con nudos en las puntas. Los
penitentes neutralizan el dolor y la sed con un trago de licor.
Este es el espectáculo de
una tradición cuyo origen en Colombia se remonta a la época de la conquista,
arraigada en algunos pueblos catequizados por españoles que trajeron esta
costumbre proveniente de los sectarios italianos del siglo XIII que preferían
como más eficaz para el perdón de los pecados, la penitencia de los azotes
a la confesión sacramental. Y la tradición es que los azotes disciplinantes
tienen que darse públicamente.
Los prelados de la iglesia
están sumamente molestos por la abundante publicidad que los practicantes
de ese culto "masoquista" han dado a sus procesiones o exhibiciones consideradas
un poco demenciales por la psiquiatría moderna. A pesar de los grandes
esfuerzos hechos por la iglesia no se ha podido erradicar.
El Quinto Hombre
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