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Revista Digital de El Quinto Hombre
EL TIEMPO Y LOS DOS MUNDOS DEL HOMBRE
CAEFA (Centro Argentino de Estudios de Fenómenos
Anómalos)
Una pregunta es obvia: El
tiempo que nosotros medimos (nuestro tiempo común) ¿a cuál de estos dos
tiempos corresponde? ¿Al físico o al biológico?.
Para responder a esta pregunta
debemos tener presente los dos esquemas del mundo que todos conocemos
y en los cuales vivimos a la vez alternativamente, deseando el uno y rechazando
el otro.
Generalmente - por estar tan
mezclados - creemos vivir en un solo mundo, pero la verdad es que somos
habitantes de dos mundos.
La muerte, la disolución,
es la estricta imagen de la entropía. Por la entropía todo mecanismo,
todo ser viviente, toda partícula del Cosmos, está condenada a un fin.
Cuando una liana que se va enroscando en el cuerpo de la vida, el espíritu
de la muerte, que es la entropía, ahoga lentamente a todo ser viviente.
Esto es tan exacto que es un teorema de la termodinámica. Lo sorprendente
es el hecho de la vida que se alza contra el fatum y genera una función
opuesta seis veces más poderosa que ella. Esta es la ectropía - que no
tiene que ser entendida, en sentido termodinámico, como antientropía -
un factor que determina la jerarquización progresiva, el élan vital, lo
que se contrapone al destino ineluctuable de toda materia.
La jerarquía, el orden, el
progreso, la vida, el tiempo negativo, la previsión, la idea de finalidad,
la evolución, la profecía, el milagro, son todas palabras sinónimas. También
lo son Dios, espíritu, belleza. Todos se generan en la tragedia vital
como las antítesis que se oponen a sus respectivos pares de opuestos que
nacen de la entropía: la mediocridad estadística, la evolución, de degradación,
la muerte, el tiempo positivo, la causalidad, el origen de las cosas,
la involución, el recuerdo, la rutina. Y también, por consiguiente, lo
mecánico, la materia, el azar. Tenemos, pues, dos mundos. Uno orientado
hacia la libertad, otro hacia la esclavitud.
Es natural que una ciencia
dedicada únicamente al estudio del mundo material inorgánico tenga ante
sí nada más que la permanente visión del mundo de lo entrópico. Una ciencia
orientada en sentido inverso estará subyugada por las visiones del mundo
de lo ectrópico. Entonces, será posible hacer biología: exactamente por
las mismas razones que ahora sólo tenemos física.
Existen, pues, dos visiones
del mundo determinadas por el sentido de marcha de sus tiempos. Uno es
el mundo del tiempo que se transforma en pasado. Otro el mundo del tiempo
que se transforma en creación. Uno es el mundo de la materia y el otro
el del espíritu. En el uno todo marcha hacia la vida. En el otro todo
marcha hacia la muerte. Nuestra ciencia actual se ocupa con exclusividad
de uno solo de estos dos mundos que forman el Universo. Nuestra ciencia
actual se ocupa únicamente de lo mecánico, por ello estudia nada más que
el mundo de lo muerto. Por ello, hasta ahora, fue incapaz de descifrar
el lenguaje de la vida.
Volviendo al tema del crecimiento
como hecho vital esencial, se plantea esta cuestión: ¿De qué modo puede
lograrse que una célula deje de crecer? Evidentemente mediante esfuerzos
muy poderosos que salen del marco de lo puramente material y nos colocan
en el plano metafísico de lo vital.
Lo natural será una célula
a la que se impide crecer, reanude su crecimiento - torne a su ser esencial
- en cuanto las poderosas fuerzas inhibitorias dejen de actuar sobre ella.
Llegamos a la conclusión de que el hecho normal es la multiplicación celular
y lo anormal es la detención del proceso reproductivo. Cuando las células
de un organismo reanudan su detenido crecimiento, el hecho es patológico
para el organismo, pero para las células es el retorno a una normalidad
sustentada en más profundos estratos vitales. La biología del cáncer exigiría,
pues, conocer con más profundidad las razones o los medios mediante los
cuales la Naturaleza convenció a las células de los organismos de que
detuvieran su crecimiento, de que renunciaran a la vida en aras de nuestra
consideración superior en una conciencia supracelular. Por lo pronto,
nuestra consideración de todo lo que afecte al individuo como patológico
necesita ser modificada sustancialmente si queremos tener una visión más
apropiada del problema real que afecta tan profundamente a las generaciones
humanas de hoy. Esta misteriosa patología debe estar vinculada a la otra
que determina la cortedad de los días del hombre, por eso no debe ser
simple coincidencia que las investigaciones de Bogomoletz sobre la longevidad
le llevaran al descubrimiento de un suero anticanceroso. El punto de unión
de estos hechos divergentes está, pues, en la esencia del tiempo, que
es la vida misma.
El Quinto Hombre
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