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Revista Digital de El Quinto Hombre
EL OTRO MACHU PICCHU
¡Cuántos han viajado a Machu Picchu!. Desde los cuatro
puntos cardinales del Planeta, he visto gente y más gente; es hoy
un boom turístico, los he observado de todas las edades, razas y sociedades.
Todos recorren los paisajes externos de ese mundo tan especial y único;
se maravillan de su belleza formidable y su magnificencia arquitectónica
a 2.700 metros de altura; algunos me dijeron "Es Disneyworld al natural"; y es verdad.
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por Fabio Zerpa
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Pero pocos, lamentablemente
muy pocos, perciben lo otro, eso que está en el conocimiento ancestral de todo un pueblo
místico y ceremonial, que ha conservado como ninguno, su forma intacta
y auténtica, a través de 500 años; eso que vivimos en las ceremonias chamánicas
que hacemos en nuestros asiduos viajes.
Esta Cultura
Panandina, ha sobrevivido al mentado progreso y evolución civilizadora;
a las plagas y pestilencias; a las guerras y a la conquista occidental.
Y está allí, en el aquí y ahora, porque es una Filosofía
y Metafísica de lo Sagrado.
Es una tradición que identifica
lo Divino, como un hecho de todos los días, bien natural y espontáneo,
porque Dios está en la Naturaleza.
El varón y la mujer son entidades vivientes que están posados sobre una
Gran Madre Amorosa, la Pacha
Mama, la Madre Tierra, que recibe minuto a minuto, segundo a segundo,
la apoyatura paternal del Sol.
Ellos, los aborígenes andinos, conocen también, milenariamente, el romance
eterno y bello de Mamá Luna y Papá
Sol, en su encuentro-desencuentro del Día y la Noche.
En esos 125 kilómetros del
Valle Sagrado de los Incas,
desde la capital imperial, Qosqo,
a la Montaña Vieja, Machu Picchu,
todos viven la Conciencia de lo
Divino, imposible de acceder directamente en la cultura occidental;
tenemos que sentirnos felices y congratulados, "los blancos", que podemos
captar el viaje fabuloso chamanico por los dominios de la conciencia;
en el cual podemos explorar los arquetipos y símbolos de la Metaconciencia.
El hombre común "del progreso
y el materialismo" explora la mente del afuera hacia adentro, dentro del
meollo del yo y la personalidad; los andinos hacen el viaje en sentido
inverso, buscando y hallando un nuevo
estado mental, con experiencias subjetivas que tienen la maravillosa
habilidad de "no dejarse engañar
por ellas"; hay realmente una pureza de intenciones tal, asi como
una finalidad, en las cuales sus experiencias mentales llevan implícitas
la vocación de servicio y la permanente sonrisa
del darse cuenta; ellos saben,
nosotros solamente conocemos; no hay ningún mito de expulsión del Paraíso
que valga.
Esa visión de conciencia modificada,
que vivimos en las ceremonias chamánicas y que hacemos permanentemente
en el recorrido sagrado desde el Lago Titikaka (El Altar más alto del
mundo) hasta el Machu Picchu, vamos aprendiendo a transitar un mundo animista,
en el que se percibe "el encantamiento" de árboles, nubes, animales, rocas,
piedras, montañas, ríos; percibimos y sentimos, los Apus y los Aukis; nos movemos entre figuras arquetípicas, que están en los mundos
paralelos, que no vemos, pero que sabemos que existen, porque nos resultan
familiares.
Todos hemos vivido el Mar
de la Serenidad, el lugar de la paz y la tranquilidad, el Entrevidas,
cuando terminamos nuestro camino físico y "volvemos a nuestra casa", en
el Allá Arriba; en esos rituales, volvemos a reconocernos en nuestra verdadera
vida, la espiritual; volvemos a sentir esa armonía con el Todo y con el
Grande, nuestro verdadero y auténtico Padre.
También podemos aprender a
soñar despiertos y a encontrar
los mil y un colores, de todo un mundo que abre, en mil facetas, los siete
colores del Arco Iris; nos experimentamos a nosotros mismos; "estoy yo
conmigo mismo"; vivo un espacio y tiempo real, que no se mide geométricamente
ni con relojes; sé, siento, percibo, que el tiempo y el espacio no existen;
estoy en la inmensidad del Todo, porque mi unidad, es parte de toda la
GRAN UNIDAD.
Cuando estamos allá, en un
lugar secreto dentro de Machu Picchu, muy poco accesible al público en
general, todos tomados de las manos, en forma circular, con nuestras piernas
cruzadas y el cuerpo erguido, estamos quizá, en un tiempo lineal de tres
horas, pero cuando tomamos conciencia nos parece sólo un minuto, un pequeño
lapso. Y nos sentimos renovados, con mil vivencias internas; el paisaje
nos parece otro; sonreímos, nos abrazamos; hemos comprendido otro estar,
que es mucho más ser, que permanecer.
El Quinto Hombre
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