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Revista Digital de El Quinto Hombre
EL IMPRESIONANTE BOLIDO DE TUNGUSKA
Equipo CAEFA - Argentina
LA EXPLOSION.
30 de junio de 1908. Amanecía
como cualquier otra mañana en los bosques pantanosos del Valle de Tunguska
en la taiga de la Siberia Central.
Ninguno de los silenciosos campesinos que comenzaban su trabajo sospechaba
que ese día pasaría a la historia junto con uno de los misterios más grandes
de los que ha tenido que enfrentar el hombre en su transcurrir en el planeta
Tierra.
A las 7 horas y 17 minutos de la mañana, en medio de un fragor terrible
y con un brillo que opacaba la luz del sol, un cuerpo ígneo cayó derribando
y calcinando todos los árboles en un radio de 30 kilómetros. Destruyó
el bosque en un área de 48 kilómetros. La luz de la explosión fue visible
a una distancia de 400 kilómetros y el sonido se escuchó a 1000 kilómetros.
La onda de presión atmosférica viajó varias veces en torno a la
Tierra y los sismógrafos de todo el mundo captaron, en mayor o menor grado,
el temblor producido por el impacto.
Los habitantes de la comarca llevaron, grabada en la mente y hasta
el fin de sus días, la imagen impactante del tremendo globo ígneo cayendo
en la soledad esteparia.
El astrónomo inglés Kirpatrick calculó que si el bólido cósmico
hubiese llegado a la Tierra 5 horas y 57 minutos más tarde, habría arrasado
la antigua metrópoli de los zares: San Petersburgo.
LOS HECHOS.
Pronto comenzaron a llegar a Moscú los primeros testigos
de la catástrofe cósmica: "Me sentí
empujado por una irresistible fuerza, era como si hubiese estallado una
santabárbara. Nuestro tren detuvo la marcha y pudimos observar, detrás
de una floresta alejada de la estación, una enorme columna ígnea que se
elevaba hacia el cielo, coronada por una nube en forma de hongo".
Otro viajero, el científico A.A. Polkanov, dijo: "Tuve la impresión de que las entrañas mismas
del planeta se convulsionaban". Tiempo después el cielo aparecía cubierto
de una espesa capa nubosa atravesada por unos destellos amarillo verdosos.
El granjero Vassili Llich contempló con estupefacción como su samovar
(1) metálico, situado a 45 kilómetros del epicentro, se había fundido.
La explosión se considera de la misma magnitud que la originada por la
detonación de una bomba atómica de 30 megatones.
LAS INVESTIGACIONES.
En aquellos tiempos Siberia
estaba un tanto aislada del resto del mundo, lo que hacía prácticamente
imposible llegar hasta la zona del desastre.
Ante esto, se comenzaron a tejer todo tipo de suposiciones: se dijo
que el eje de rotación de la Tierra se había desplazado, que el Sol era
escenario de convulsiones que afectaban los polos terrestres, que un gigantesco
meteorito se había abatido contra la Tierra y mil hipótesis más que iban
de las regidas por las más estrictas normas científicas a las más delirantes
visiones del Apocalipsis bíblico. Seguidamente otros sucesos ocuparon
la atención del mundo: la Primera Guerra Mundial, primero; y la Revolución
Rusa, después.
Es recién en 1920 cuando un grupo de sabios soviéticos se ocuparon
del problema y organizaron una pequeña expedición motorizada que resultó
impotente contra los obstáculos naturales. La realizada con éxito veinte
años después por el geólogo Kulik aumentó el enigma.
A los 102 grados de longitud Este y 61 de latitud Norte descubrió
un paisaje sobrecogedor: sobre 70 kilómetros de diámetro más de 80 millones
de árboles calcinados.
Lo que más sorprendió a los investigadores fue que los árboles estaban
abrasados por lo alto y de un solo lado. En la zona más cercana al epicentro
los árboles estaban de pie, sin ramas y calcinados desde arriba.
Posteriores exploraciones con la ayuda de aviones estimaron el área devastada
en 5300 kilómetros cuadrados y comprobaron que en la parte central toda
traza de vida había sido borrada por completo.
Se supuso que debió ser un meteorito de un peso no inferior al millón
de toneladas.
Lo más extraño es que el cráter que debió dejar tamaño meteorito
era inhallable; ningún cráter se descubrió en el terreno, sólo diez cráteres
pequeños de unos 50 metros de diámetro cada uno.
Los especialistas comenzaron a notar hechos extraños: los Ewenk
(2) que se hallaban cerca del epicentro del fenómeno fueron afectados
por un extraño mal; el cuerpo se les cubría de raras placas, sufrían de
vómitos y vértigos, muchos hombres eran impotentes y las mujeres daban
a luz niños anormales.
1944. Ya habían ocurrido las explosiones de Hiroshima y Nagasaki,
los investigadores creían entrever el misterio: una explosión atómica.
Muchos científicos en distintas partes del mundo apoyaron la hipótesis,
pero...¿de dónde salió la bomba?.
LAS EXPLICACIONES.
Según el norteamericano Whiple
y el soviético Fesenov, un gigantesco meteorito, formado por metano, agua
y amoníaco, había chocado con la Tierra a una velocidad de 200 mil kilómetros
por hora. Esta hipótesis fue descartada ante la inexistencia del cráter
que debió haberse formado de tal impacto.
En 1957 los partidarios de la hipótesis "meteórica" creyeron encontrar
la solución: el técnico Krimov, y el profesor Staniukovich, afirmaron
que el meteorito se había pulverizado en el aire, de allí que no apareciesen
restos ni cráter alguno, pero no había ninguna explicación del porqué
de esa explosión en el aire, es más, no existía ninguna razón para ello;
sólo quedaba analizar las muestras del terreno traídas por la expedición
de Kulik: hierro, 7 % de níquel; 0,7 % de cobalto, y también cantidades
ínfimas de magnetita.
¿Eran éstos los restos del meteorito? Dr. A. Kasantrev, no lo cree
así: "El hallazgo del polvo metálico
en las muestras del suelo no señalan en absoluto que hayan de ser residuos
de meteorito; no se ha descubierto la estructura de hierro típica de estos
cuerpos celestes; lo más probable es que nos hallemos ante residuos de
la envoltura de un cohete interplanetario destruido por la explosión.
La composición química es de lo más adecuada".
LA CAVIDAD NEGRA.
Dos investigadores de la Universidad
de Texas, A.A. Jackson y Michael P. Ryan, exponen una nueva y revolucionaria
hipótesis: "El proyectil era minúsculo, increíblemente
pesado, y atravesó la Tierra de un lado a otro".
La materia de la que estaba compuesto dicho meteorito era super
densa, con tal fuerza de atracción que ni siquiera la luz puede escapar
a ella. Esta materia forma las llamadas "cavidades negras del espacio",
pues ya que no refleja la luz se hace imposible verlas, por lo cual en
su lugar se observa una especie de "orificio negro".
Existen dos teorías acerca del origen de estos "abismos negros":
una afirma que se forman de gigantescas estrellas que entran en colapso
comprimiendo toda su materia en un relativamente corto espacio. La otra,
enunciada en 1972 por el astrónomo británico Stephen Hawkis, expone que
dicha materia se habría formado en las primeras fracciones de segundos
de vida del Universo, por lo tanto no se trataría del cadáver de grandes
estrellas y se hallarían trozos de todas las formas y tamaños.
Los dos astrónomos de la Universidad de Texas, Jackson y Ryan, llegaron
a la conclusión de que la "cavidad negra" se desplazaba a una velocidad
de 30 kilómetros por segundo y en una trayectoria inclinada en 30 grados.
La atmósfera circundante, atraída por el tremendo campo gravitacional
y calentada por la fricción formó el gran torbellino luminoso. El efecto,
fue como el de una explosión del orden de los 0,2 a 20 megatones, a 8000
metros de altura.
Este meteorito muy especial atravesó la Tierra entrando por Tunguska
y saliendo por algún punto del Atlántico situado en el área comprendida
entre los 30 y 40 % de longitud Oeste, y los 40 y 50 grados de latitud
Norte. Para comprobarlo bastaría examinar la bitácora de los barcos que
atravesaron esa zona del Atlántico el día 29 de junio de 1908 a las 22
horas y 30 minutos. (3)
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KAZANTSEV.
La caída de un meteorito no
era la explicación adecuada.
Después de analizar los hechos, el investigador soviético Alexandr
Kazántsev publicó en el numero uno de la revista "Vakrug Seteva" (1946)
la alucinante pero posible teoría de que el 30 de junio de 1908, lo que
se abalanzó sobre la Tierra no fue un meteorito sino una astronave interplanetaria
accionada a energía atómica.
Kazantsev explicó en la reunión de la Sociedad Astronómica de la
URSS que el centro del bosque quedó en pie porque la onda expansiva azotó
desde unos 3000 metros de altura y rompió sólo las ramas, luego la onda
siguió la trayectoria oblicua derribando todo un radio de 60 kilómetros.
Las nubes con destellos amarillo verdoso que por momentos se tornaban
rosados se formaron con los residuos de la explosión atómica que hacía
reverberar el aire.
El fantástico chorro de vapor se debió a que todos los cuerpos cercanos
al estallido se volatilizaron por la extraordinaria temperatura, calculada
en unos 20 millones de grados Celsius.
El Dr. Cowan, de la Universidad Católica de Washington,
nos explica: "Una explosión de
este tipo elevaría el nivel atmosférico del Carbono 14 (4) que absorben
las plantas. Obtuvimos un árbol de Arizona y estudiamos los anillos de
crecimiento para ver el índice de C 14 absorbido en cada año; hicimos
lo mismo con un árbol de California y en ambos casos resultó ser mayor
en 1909, el año siguiente a la explosión de Tunguska".
EL METEORITO.
A. Monotsok, experto
en aerodinámica, estudió la catástrofe en forma exhaustiva.
Interrogó a muchos testigos presenciales y estudió los registros
y anotaciones del Observatorio de Irkutsk. De esta forma trazó un mapa
completo de la trayectoria seguida por la probable nave extraterrestre,
y el resultado fue espectacular: el objeto había llegado a la Tierra,
no a la velocidad de 30 a 60 kilómetros al segundo, sino de 0,7 kilómetros
al segundo, o sea, el cuerpo venía a velocidad decreciente: ¡venía frenando!.
La velocidad de 0,7 kilómetros al segundo es como la de un moderno avión
de chorro en vuelo. Si un meteorito hubiese caído en la taiga a esa velocidad
mínima, se necesitaría un cuerpo con un peso de mil millones de toneladas,
una masa de ese tamaño hubiese oscurecido el cielo antes de caer, cosa
que no ocurrió en Tunguska.
Por lo tanto la hipótesis de un meteorito común queda descartada.
El misterio sigue en pie, quizás el tiempo nos revele el secreto,
quizás no, de cualquier manera, como en muchas otras cosas, estamos en
el siglo XXI, el siglo de los descubrimientos, el siglo de las investigaciones;
un siglo que es un tiempo para los misterios, un tiempo para meditar sobre
el fin que tiene el hombre en este desconocido planeta. Con la esperanza
de que algún día lo podamos llamar NUESTRO PLANETA TIERRA.
Notas:
(1) Recipiente de origen ruso
para calentar el agua.
(2) Tribu nómada de la
taiga siberiana.
(3) Esto, teniendo en
cuenta los cambios de fecha y horarios que hay entre Siberia y el Atlántico,
y el tiempo insumido en atravesar la Tierra.
(4) Isótopo radiactivo
de peso atómico 14, posee una vida de 5.600 años, sirve para revelar la
edad de los restos vegetales, abreviatura: C14
BIBLIOGRAFIA:
J. Taylor - "Los abismos negros" - Emece 1975
M. Saenz y W. Wolf - "Los sin nombre" - Orbe 1974
A.E. Braun - "Se está cayendo el cielo" - Revista Rosacruz - 1968
Revista - "Conocimiento" - Nro. 265 y 266
E. A. Tucci y A. Giordano - "Los platos voladores y sus tripulantes"
Enciclopedia - "Conocer nuestro tiempo" - Tomo II - 1973
El Quinto Hombre
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