Revista Digital de El Quinto Hombre

LA COMPASION. GRAN APERTURA DEL CORAZON.

Cada vez que salimos a la calle nos encontramos con diferentes realidades, algunas gratas y otras terribles, el permanente ping-pong vital de todos los días. Actualmente podemos decir que estas últimas superan en grado sumo a las que podemos considerar agradables.

Por Lic. Adriana Ferreyra

Pero la pregunta es ¿qué nos pasa?, ¿qué sentimos?, ¿cuáles son las sensaciones, los sentimientos o qué pensamientos cruzan por nuestra mente cuando se nos presentan estas situaciones diarias?.

Por ejemplo: ver un niño de la calle que se acerca a pedirnos una moneda; una madre con un bebe en la puerta de una iglesia; ancianos durmiendo debajo de algún puente; o cuando miramos televisión que nos muestra la violencia, el hambre en el mundo, las guerras, es decir, esa tan actualizada injusticia de la desigualdad en que un grupo minoritario mantiene oprimido al resto haciendo y deshaciendo no solo con el hombre sino destruyendo el planeta, sin ningún cargo de conciencia.

La manera de defendernos de estas agresiones es ponernos la coraza de la indiferencia, porque es tanto lo que nos dolería que para protegernos tomamos toda esta realidad como parte del paisaje. Pero, siempre aparece algo que nos moviliza y entonces debemos preguntarnos sobre lo que sentimos ¿es lástima o compasión?.

La diferencia radica que cuando sentimos compasión se nos abre el corazón y nos colocamos en la piel del que está sufriendo como si su experiencia  pasase a ser nuestra propia experiencia. Hubo una gran mujer que sabia lo que era ser compasiva, la MADRE TERESA DE CALCUTA; ella decía "reconocer a JESUS en cada ser".

Ponernos del otro lado no es fácil; entender el  frío, cuando en realidad vivimos en una casa confortable y calefaccionada; entender el hambre, cuando en realidad tenemos alimento suficiente; entender el dolor de una madre al no poder amamantar a su bebe por tener los pechos secos, cuando en realidad disfrutamos de hijos satisfechos; entender el dolor extremo de una enfermedad terminal, cuando gozamos de una perfecta salud; cómo saber qué sienten los padres ante la muerte de un hijo, quienes no tenemos hijos y así una lista interminable para quienes la vida ha sido generosa. Por eso se dice que solamente se comprende el dolor en toda su magnitud cuando se ha pasado por alguna experiencia semejante.

Pero una manera de agradecer por todo lo que nos ha sido dado es tratar de "sentir" el sufrimiento del otro para poder ayudar; no cambiaremos el mundo pero colaboraremos tratando de llevar algo de esperanza a tanta desolación y dolor ¿podremos lograrlo?; para ello, tenemos que estar continuamente atentos, es un ejercicio constante de todos los días y todos los minutos porque vivimos inmersos en una sociedad que nos distrae continuamente y es muy fácil entrar en su juego de superficialidades.

Todos de alguna manera somos pequeños seres egoístas en un mundo materialista que nos acostumbró a que si "en casa todo está bien, el mundo está bien"; nos hemos convertido así en seres insensibles, pareciendo que nada nos puede conmover; entonces la pregunta es: ¿qué nos está pasando?.

Cuando vemos un niño pidiendo, sabemos que detrás de él hay tal vez una organización que comanda cantidad de ellos para sus propios fines y que la moneda que uno pueda darle, no va a cumplir la función de alimentarlo; esto es una realidad y creo que es bueno que lo sepamos, para buscar la manera más positiva de ayudarlo, sin caer en la más cómoda que es acallar nuestra conciencia con unos centavos sintiéndonos satisfechos porque hemos hecho la buena obra del día.

Creo que detrás de cada necesidad hay un mundo totalmente diferente del que se nos muestra y no busquemos nunca la manera más fácil porque eso jamás funciona.

Lo mágico de todo esto, cuando uno le tiende la mano a alguien desde el corazón, simplemente porque quiere hacerlo sin esperar nada a cambio, hay siempre una retribución, pero el premio no tiene que ver con este mundo, tiene que ver con el AMOR, poder manifestarse en el Otro; ese Otro que en definitiva es igual a mi, porque ambos somos hijos de DIOS y al unirme a mi semejante estoy en comunión con el Creador. No hay dinero ni poder en el mundo que pueda comprar esto. ¿No te parece?

Si querés contactar al columnista de este artículo: aferreyra@fabiozerpa.com

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